El alcalde de Toribio
La declaración de autonomía de los pueblos indígenas de Colombia se ha visto estancada porque sus autoridades parecen no tener una idea clara de semejante rumbo o a algunos realmente no les interesa.
Tuve la oportunidad de conocer y trabajar con una organización educativa de la comunidad indígena Nasa que me impactó recién llegado a Toribio: El Cecidic (Centro de Educación Capacitación e Investigación para el Desarrollo Integral de la Comunidad).
Una institución de lujo que los guerreros Nasa fueron construyendo en su montaña con una escuela de primaria, una de secundaria, con talleres de ebanisteria, zapatería y textiles, una escuela de agroecología y programas de educación superior. Al ver la magnitud de semejante proyecto en ejecución me quedé en la montaña. Lamentablemente con el tiempo me di cuenta de la realidad.
El director del Cecidic era Diego Yatacué, que lideraba esa institución como una empresa, como un negocio, y no con una visión educativa, más por presiones de sus autoridades que porque el hombre trazara rumbos.
A este Yatacué, que le faltaba apretarse el cinturón, ahora parece que le va a tocar ser alcalde de Toribío, municipio corazón de la comunidad Nasa. Y ojalá lo sea, y que voten por él, pero a esta clase de líderes hay que irlos afinando a ver si de verdad les sale la casta histórica.
Qué fue el Cecidic en tres años que me tocó vivirlo. Primero, ‘el sistema de educación propio’ lo único que tenía de autónomo era la apariencia, pero en sustancia, la secundaria consistía en salones de clase que parecían cárceles con vista al paraíso, con maestros con la misma decadente metodología escolar del resto de Colombia.
A mi me acusaba de “loco” Yatacué y su cuerpo burocrático y docente por llevarme a los estudiantes a escuchar al Río para aprender de filosofía, o por quitarse los zapatos y meter los pies en un lago artificial de piscicultura mientras leíamos cuentos en clase de español. Y para historia nos armábamos de textos de Enrique Dusell o William Ospina y nos adentrábamos entre árboles para entender cómo unos tipos que se creen de mejor raza crearon una finca llamada Colombia arrasando antes y hoy con los recursos y con los pobladores originarios.
Para Yatacué esos eran cuentos míos, y eso que en el Cecidic anda viéndolos el rostro de Quintín, y se armonizaba con el recuerdo de Alvaro Ulcué. Puras apariencias, en las ceremonias se mascaba coca con celular en mano y chistes tontos entre labios.
En el Cecidic los talleres de educación técnica siempre estaban estancados, sin estudiantes. Con una vision solo para hacer negocios como la que tenia Yatacué, no habia mucha esperanza para el desarrollo de esos recursos.
Pero lo que era una caricatura era la escuela de Agroecología, donde los cerdos viven en celdas de aproximadamente un metro de ancho por dos de largo. Los animales son objetos de engorde que orinan y cagan en su celda. Igual ocurre con el gallinero. Les parecía una locura sembrar consciencia sobre la necesidad de alimentarse mejor, de alimentarse de manera consciente y respetar y tratar dignamente a los ‘hermanos' animales. Esas eran locuras para Yatacué y sus burócratas.
En agroecología no se partía de contrastar cómo el sistema político-económico agropecuario nos empuja al consumo y a las enfermedades físicas y psicológicas, sino a ver cómo se entraba en el negocio. Nunca escuché algo sobre las pésimas costumbres alimenticias de la comunidad. A no ser lo que yo mismo postulaba para que Yatacué me acusara de loco. Conseguir una fruta en los alrededores del Cecidic era imposible, una ensalada era otra locura para Yatacué, pero las frituras, las papitas fritas y las salchipapas eran un manjar… Y de preferencia el whisky capitalista al lado de la Coca-Cola en la rectoría del Eduardo Santos. Eduardo Santos, semejante nombre de un político de élite y de la corrupta nobleza colombiana, es como llaman en la montaña a su secundaria autónoma.
Pero sigamos en la escuela de Agroecología del Cecidic. Cuando tenían que cortar un árbol, mandaban a los estudiantes sin guía y terminaban talando a sus hermanos mayores sin ningún respeto ni entendimiento, al contrario, saltaban sobre el cadáver de madera sin entender semejante clase de ser vivo y cómo sus raíces son parte de la historia humana. Pero postular semejante tipo de entendimiento era una locura para Yatacué y sus áulicos.
Varias veces me tomé el tiempo de escribir y hacer presentaciones con una propuesta de educación propia que llamé ‘Aula Ancestral’, y era como hablar con un sordo. Hacíamos reuniones de trabajo en el Cecidic, presentaba la propuesta, y Yatacué se ponía a jugar con su telefonito de última tecnología y al final me trataba como un loco por lo que había alcanzado a percibir, y la idea se fue a la nada.
El Cecidic pudo haber tenido la iniciativa de impulsar una propuesta de educación propia que daría el norte para seres distintos y para un camino general de autonomía indígena. Pero Yatacué andaba viendo cómo hacer productivo al Cecidic vendiendo marranos aburridos para que los Nasa consumieran carne tres veces al día y que hubiese obesidad, dentaduras débiles y enfermedades como testimonio de que el negocio prometía.
Ojalá esta clase de líderes aterricen y vean más allá de lo establecido, y guíen a su gente por la consciencia comunitaria y el desarrollo en unidad y en armonia con la naturaleza. Pero no predicándolo como ya hacen, sino aplicándolo, sin intereses mezquinos, entendiendo que la función pública no es un asunto de vanidad o una oportunidad de enriquecerse, sino eso, una función para y por el pueblo.
NC
NYC, 26 de agosto 2019.
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