Las piedras de Marte

Maldiciones o bendiciones cosecharás de acuerdo con tu obra.
Todo se paga. Todo se premia. El efecto mariposa establece que todo lo que haces aquí, afecta hasta las piedras de Marte.
Y la Vida lleva un cuaderno de contabilidad donde va anotando causas y consecuencias.
(Puede que use tecnología más avanzada, está bien, pero queda la cosa entendida ;)

Por eso en La Vida no queda otra que aquello que llaman integridad, y que consiste en dormir tranquilo. En no tener nada qué pagar. Ni una herida que sanar, disculpas qué pedir, errores qué enmendar -¡ni jamás repetir!

A los 50 ando con mi propia libretita de cuentas comparándola con la de La Magia, que me mira a los ojos y se ríe cuando me olvido de saldar aquello... -Y para dónde vas sin haber cuadrado aquello.

Cuesta corregir, cuesta ser íntegro, cuesta no fallar, y cuesta por lo que llevamos en la mente y en nuestros genes. De ahí que algunos hablen de otras vidas, karmas, dharmas. Somos cada uno un resultado de generaciones previas y de acontecimientos propios.

En esa cuenta personal empiezo a mirar mis raíces, y aquí me propongo liberar uno de esos demonios que creé en inconsciencia. Mis padres son Martha Díaz y Henry Cristancho. 

Martucha es chiquita, morenita, de rasgos indígenas, bailarina de poner una canción en la radio, disfrutarla y cantarla en voz alta. Mi vieja es amor siempre, es la comida casera, es protectora, la que reza por mi, la que corre y brinca por los parques con sus perros, salvando caballos maltratados, adoptando pajaritos errantes, la que sabe que de esta planta se sana aquello. La que se escapaba de niña porque está visto que en su familia ella era la diferente, la de otro color de piel. La que con su existencia descubre secretos de telenovela de mi amargada abuela. La cenicienta en esa familia de la que prefirió salir y juntarse con mi padre para abandonar tal infierno. Mi madre la que fue golpeada y maltratada por mi padre. La que no le daba pena hablarme de sexo ni jugar fútbol conmigo. Mi vieja que me enseñó a mantenerme niño como ella aún en sus setentas.

Henry Cristancho vino de una familia creada entre la violencia del patriarcado y el machismo encubiertos de conservadurismo y puritanismo solapado.  Me dejó la capacidad para hacer cualquier cosa y destreza con las manos, creando o reparando. Me dejó ese hábito de leer que era tan suyo, tan cotidiano.  Por ahí también la escritura.  Pero hasta eso fue a las malas. Después de años de usarla a escondidas, a las malas heredé su máquina de escribir. Mi padre fue un parrandero empedernido, bebedor, fumador, golpeador y maltratador psicológico de mi madre. Machista arrogante, a la mujer siempre la vio como una puta y un objeto.  Aunque al final de sus años hizo la tarea y bajó la cabeza. Aceptó a regañadientes, y tras duras confrontaciones de mi parte, pudimos cerrar nuestra relación pasando un día de toda nuestra vida en alegría suma.  

En esa balanza crecí con una mitad de mi que me invitaba al amor y la otra que me invitaba a la guerra.  

Continúa...

NC
7 de agosto, 2019

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