Cartas a Salvador: Del abuelo

El pasado, la ignorancia y el miedo

Hola hijo,

El pasado es un lugar en el que mucha gente se queda encerrada hasta la muerte. O pasan años ahí encerrados hasta que por fin deciden salir de él. Puede empezar hace un rato, ayer, en la infancia… Todo depende del miedo de vivir…
Ajá… El miedo…

El pasado no es más que una idea mental que se alimenta de la memoria.
De nuevo la mente. La mente mal usada.

La memoria es una herramienta magnifica de la mente. En síntesis ella te permite recordar un mejor camino. Saber dónde hay un precipicio, o un río turbulento. Ya sea porque lo descubriste solo, o con la ayuda de un maestro, ese camino quedará en tu memoria. En tu mente.
La mente tiene otro recurso interesante: Lo que no sirve lo desecha. Sabia, maestra.
Pero como todo en el universo, si ha sido una experiencia lesiva, deja cicatrices, y aquellos que viven en el pasado, usan las cicatrices de la mente para autodestruirse.

Vivir en el pasado es una de las ansiedades de la muerte. La ansiedad de la muerte se alimenta del miedo. Del miedo a vivir…

Ajá, el miedo…
El miedo es algo bien simple. El miedo es la emoción que genera lo desconocido. Punto.
Una vez lo descubres, por más temible que sea. Desaparece. Eso sí, permítele a ese enano que crezca y será un inmenso consumidor de energía. Produce desde alergias, enfermedades y hasta la muerte...
¿Recuerdas ‘Six Flags’?
¿Recuerdas lo que me dijiste de las “montañas rusas”, de lo que sentías cuando eras más joven? Hasta que un día decidiste ‘voy a subirme a ver qué es esto que me pasa’.
Igual, así se enfrentan todos los miedos.

Eso sí, la mente tiene otra herramienta fundamental, la inteligencia, que te persuade de no provocar la ira de un león.
Ahora bien, ¿cómo se relacionan miedo y pasado?
A través del secreto. “Qué nadie jamás se entere”, frase de telenovela, frase de vida, frase fatal. Todo lo innombrable, todo aquello de lo que no se puede hablar conduce al pavoroso miedo del morbo, del tabú.
Así que para enfrentar al pasado, para salir de él, basta con aceptar. Para romper el lazo con el pasado hay que aceptar el pasado.
Así te das cuenta de que estás encerrado en un calabozo fatal si te quedas juzgando al padre o a la madre o a lo que te sucedió en el pasado. De todos modos ya pasó. Y se sale de ahí… Aprendiendo a aceptar se llega a conocer uno de los atributos de los dioses: El perdón.
Por eso cuando, al revés, uno ha provocado pasados lamentables, hay que regresar a saldar esas cuentas. A veces te toma años. El fruto son relaciones armoniosas con aquellos que fueron víctimas de tus errores. Esa es la tarea.

Y de ahí, con la mente liviana de carga, logras aquello de estar presente, de vivir en el hoy, en este instante que lees…

No sé qué tanto de toque del pasado. Ahora, a tus 12; que andas de viaje por Europa, con tu vieja y tu perro Scooby. Bendecido como eres, percibo tu intensa fuerza.
Sin embargo, en algún momento del comienzo de la madurez el hombre puede llegar a preguntarse “y ¿de dónde vengo?”

Así que he decidido transcribirte unas cartas de mi padre, Pablo Henry Cristancho Gómez, tu abuelo paterno. Sin negociar con el pasado, simplemente para que sepas este camino del que vienes.

NC

Bronx, julio 2010

P.S. Las opiniones de tu abuelo no tienen nada qué ver con las mías… (Risas)



De Macaravita a “vecinos del Presidente”

Por Henry Cristancho

Hace muchos, muchos años, tantos que uno se cansaba un montón cargando la cédula, pues esta era de piedra -je je, como ríe ud.- conocí y vi jugar fútbol a cracks de la talla de Di Stéfano, Pedernera o Carrizo, en Millos, o Antón o Pibe Rial en Santafé, argentinos ellos, o el llamado ‘Rodillo Negro’ del Cali, que lo conformaban varios negros como Barbadillo; todos ellos jugadores que era una delicia verlos, como driblaban y hacían malabares con la pelota.

Era tal la pasión por ver un clásico entre los equipos de aquella época, -pues todos eran my buenos-, que los domingos me iba a pie del barrio 20 de julio hasta El Campín, adonde llegaba remamado, pues es bastante lejos; allí había que hacer una cola la verraca de chinos, pelados de entre 9 a 12 años, ya que la entrada era gratis en una tribuna del Campín que se llamaba Gorrioncillos.

Imáginese la gritería de esa manada de gamines que éramos todos, unos a favor, otros en contra del equipo que uno amaba, y llegábamos hasta los golpes. Con la consabida rotura de cabeza y sangrado de nariz.

De estas aventuras fue que tuve la idea años más tarde, de escribir una especie de libro, donde comentaba lo que me parecía que habían sido los partidos, y estos comentarios los acompañaba de fotografías que recortaba de los periódicos.  Todo esto lo acomodaba en un cuaderno forrado de color rojo, en el que además trataba de hacer párrafos sobre política, hasta que me aburrí, pues llegaba cansado del trabajo, o a veces medio jincho.

Desde muy pequeño me gustaba leer, pues para escribir soy un poco perezoso. Según mi mamá -que en pas descanse- me decía que a los cuatro años ya sabía leer,pues me enseño mi tío Jacinto, un hermano de mi mamá que era un tipo muy estudioso y llegó a ser Sargento Mayor del Ejército, y más tarde llegó a ser millonario. ¡Imagínese! ¡Millonario! Y dizque peleando por la pensión hasta que la consiguió. Por eso es que los ricos tienen plata, pues pelean hasta por un peso.

Me acuerdo que el primer libro que leí fue Genova, de Bramante, no recuerdo el nombre del escritor, era una novela romanticona, pero me causó mucha impresión y de ahí me nació el gusto por la lectura.

Un día, cuando tenía como seis años, mi mamá me mandó a comprar algo a la tienda, y cuando salí, en lugar de coger hacia el sur, cogí hacia el norte. En esa eepoca vivíamos en la Carrera Séptima # 3-13, un barrio junto a Las Cruces, que entonces no era tan peligroso, hasta que mataron a Gaitán.

Me acuerdo que caminé y caminé, buscando la casa, hasta que quedé deslumbrado, pues llegué a la Plaza de Bolívar, y me pareció lo más precioso que había visto. Ya habían prendido las luces de la calle, y entonces me dio la lloradera del susto, pues de noche las cosas son distintas. Pero afortunadamente un policía me vió y me llevó a la estación que quedaba frente al Palacio Presidencial.

En esa época mi papá era cabo de la policía, y estaba acantonado en esa estación, pero en el momento que me llevaron no estaba, así que le ordenaron a un policía que me llevara a una sala-cuna, y ahí sí que quedé perdido, pues no supe nunca que barrio era, lo único que sé es que estaba contento porque nos tocó coger el tranvía y yo nunca había montado en esos aparatos.

Las sala-cunas eran una especie de hogares de paso para niños perdidos, después de varias horas me despertaron para que un policía me reconociera, y resultó que era mi papá.

Por primera vez supe lo que era tener papá, pues tan pronto me vió, me abrazó y me alzó, y cuando llegamos a la casa mi mamá lloraba feliz de verme ya que había pasado una noche de intranquilidad sin saber qué me había pasado.

Después supe que mi papá había llegado a la estación desesperado a pedir una licencia para ir a buscarme, y le comunicaron que a la sala-cuna habían llevado a un niño que correspondía a la descripción que él daba.

Y así fue que terminó esa pequeña aventura, donde en pocas horas me eneteré que el mundo era muy grande, pues como no había televisión, no conocía sino el interior del inquilinato en que vivíamos, que tenía unos padres que me amaban, y que tenía que andar pilas, pues un error puede costar caro.

Mi papá era un tipo grandote, media como 1.80, cuyo defecto es que era muy noble, y usted sabe que en la vida el que es muy noble le dicen que es un güevón, pero eso sí, si uno cometía una falta, era muy severo. Y el papá de él, tu bisabuelo, también fui noble, y sobre todo muy honrado, según nos contaba mi papá. La anécdota que más se me grabó del viejito -que se llamaba Calixto- es esta: El hombre trabajaba en los correos llevando corespondencia a lomo de mula, por caminos de heradura, pues en ese pueblo, Macaravita, se llegaba a pié o en burro. Y una vez en el camino se encontró unas alforjas llenas de billetes, como veinte mil pesos, en ese tiempo eran millones. Las alforjas estaban marcadas con el nombre de un ricachón del pueblo, y mi abuelo, mucho menso, llegó al pueblo a buscar al tipo para entregarle las alforjas. Y el hombre, en lugar de agradecerle, le dijo: “Calixto, ¡Usted es el hombre más bestia del mundo!” y en seguida le dio un fuetazo y se fue.

El viejito murió pobre, como de 90 años, se quedó dormido en una silla. Es todo lo que sé de mi abuelo. De mi abuela María de La Cruz sé que murió también viejita, de un ataque al corazón.

Por el lado de mi mamá, le cuento que era una mujer muy de su casa, supremamente fiel y muy hacendosa. Casi no tengo reproches para ella, con decir que ya no hay mujeres como fue ella. La que si fue una costra fue la mamá de ella, mi abuela, esa vieja se “jartaba” una canasta de cerveza casi todos los días, y cuando estaba borracha peleaba con todo el mundo.

Me acuerdo una vez en Macaravita, mi mamá se le enfrentó, pero le tocó defenderse con una silla, pues la cucha sacó un cuchillo y la iba a cortar.

Esa fue su bisabuela, una vieja más peligrosa que un chocolate mal hervido. A raíz de ese suceso fue que mi papá decidió salir de ese pueblo. Y es que a mi papá lo estaban trasladando de un pueblo a otro, por eso, es que nosotros somos de distintas partes: Alvaro, de Vélez; Fanny y yo, de Macaravita; Hernando de Bucaramanga; y Miriam de Bogotá. Los otros dos, Jaime y William, nacieron 16 años después.

Así fue que mi papá pidió el traslado definitivo a Bogotá, y la policía se lo concedió ayudándolo con el transporte de las pocas cosas que teníamos.

Llegamos a Bogotá cuando yo tenía 5 años, a ese inquilinato de la carrera séptima con calle tercera, una casa que tenía como 20 piezas para arrendar, pues ese sitio le quedaba cerca de la estación de policía que había frente al Palacio de Nariño. Como quien dice, éramos vecinos del Presidente, y él no lo sabía.

Mi papá tenía dos hermanos, Carlos y Julio, ellos fueron más inteligentes que mi papá, pues se fueron para Venezuela y les fue bien. De ellos conocí un primo ya cuando grandes, que estaba esperando casarse para graduarse de pastor adventista. Nunca más volvimos a saber de ellos.

Con mi mamá, los hermanos eran tres hombres y tres mujeres. La mayor, Araceli, era lo contrario de mi mamá, pues era muy amiga de la tomata y de los amigos hasta que un amante celoso la apuñaló en el atrio de la iglesia de Macaravita. Después seguía mi mamá. El tercero, Jacinto, fue el más sobresaliente, pues desde niño le gustaba la plata, y a parte de ser estudioso, salía de la escuela a matar marranos que él compraba, y luego salía a vender la carne a la plaza del pueblo.

Como mi abuela era tan caspa, Jacinto se regaló al ejército, donde llegó a ser sargento en el batallón Tenerife de Neiva. Allí empezó a negociar con granos hasta que se volvió arrocero, y se volvió millonario.

Después seguía Homero, que era agente vendedor, y trabajaba con Jacinto hasta que murió de una diabetes, que nunca cuidó pues era un jincho del putas.

Gustavo, el menor de los hombres, tabién se enroló en el ejército, era muy juicioso y estudiaba mucho, ya era sargento en Villavicencio cuando lo mataron de un tiro. La muerte de él siempre fue un misterio, pues nunca se supo quién lo mató, y por qué.

La última, Alodia, vive en Bogotá. Se casó con un tipo muy trabajador, Fidel, quienes después se volvieron ricos, cuidando a mi abuela, que había entrado en coma diabético, y duró como dos años en ese estado. Durante ese tiempo, Jacinto les enviaba todo lo que le pedían, incluso costeó el estudio de los chinos hasta que se graduaron, uno de abogado, Gustavo. Otro médico, Carlos. Janneth, bacerióloga. Esta se suicidó después que en un paseo se acostó con un sobrino, el sobrino también se suicidó después de varios días de depresión. Ambos se tomaron una cápsula de cianuro.

Cambiando de tema, yo le cuento que me está pasando lo del “coronel” de García Márquez, que murió esperando una pensión que nunca le llegó.  Llevo más de un año esperando que el seguro me reconozca mi pensión, y no ha sido ni siquiera posible que contesten el porqué de la demora.


El tatarabuelo 

Por Henry Cristancho

Mi papá se llamaba Pablo Emilio, era un hombre muy recto y demasiado noble. Cómo sería que cuando a alguien –gente o animales- le pasaba algo malo, lloraba. Y no hay que creer que eso es una cualidad, al contrario, la gente así no prospera.

Dos veces me acuerdo de haberlo visto con la piedra afuera. La primera vez cuando vivíamos en un inquilinato, yo tendría unos seis años, una negra le pegó a mi mamá porque no le desocupaba las cuerdas de tender la ropa. Cuando mi papá se enteró se emberracó como buen santandereano, buscó a la negra y le dio una planera con un yatagán, una especie de sable largo y ancho, que en esa época era el arma que usaba la policía.

Mi papá se salvó de la cárcel porque la negra lo alcanzó a herir en un ojo con una navaja, no fue muy grave, pero el se puso un pañuelo en la cara y aparentó que estaba muy lesionado. la negra si la detuvieron por ataque a la autoridad...

La segunda vez que lo vi bravo fue porque le saqué unas monedas a mi abuela. Esa vez me castigó encerrándonos los dos en una pieza. El se sentó en el borde de la cama y empezó a hacerle nudos a un lazo, -con mucha parsimonia-, y mientras tanto me decía que no quería un ladrón en la familia. Imagínate lo que dolían esos nudos cada vez que me daba un lapo.

Pablo Emilio pasó muchos años en la policía, hasta el 9 de abril cuando mataron a Gaitán, pues botaron a todos los que pertenecían a ese cuerpo armado ya que los acusaban de ser los asesinos.

Para mi papá fue terrible quedarse sin empleo y criando cinco hijos, sin embargo no se amilanó, y se puso a trabajar de garitero en un billar, y después se volvió vendedor ambulante, hasta el día de su muerte en febrero del 82. Tenía 70 años. 

Agosto 2005


Trasteos

Por Henry Cristancho

De él aprendí, o comprendí, que hay que ser noble pero no menso; que hay que ser honrado pero sin eagerar; y que al que no es avivato se lo lleva el putas.

Volviendo a la historia de ustedes, cuando nació Paty viviamos en Santa Isabel y como yo trabajaba todo el día, tu mamá se iba para donde la abuela Elvira, donde esperaba que llegara yo a recogerla. De allí nos trasteamos a la casa de una tía mía que se llama Alodia, en el barrio Bravo Paez, al sur de Bogotá. En esa época naciste tú, que por cierto eras muy berrietas y rebelde.

Desde muy pequeño te hiciste notar por el genio, y no ers muy amigo de las chanzas. Te gustaba más la pelea que el tetero.

Después de un tiempo, cansados de la viajadera casi todos los días, del Bravo Paez al Veinte de Julio, y viceverza, tu mamá cargando los dos chinos más los corotos que necesitaba para atenderlos, decidimos trasladarnos al Veinte de Julio, cerca de la casa en que vivía mi suegra.

Fuimos a parar a una pieza en una casa cuyo dueño había sufrido una trombosis, por lo cual estaba medio paralizado y caminaba arrastrando los pies. Allí duramos poco tiempo pues eran muy mierdas según me decía tu mamá, y otra vez nos trasteamos para una pieza en el mismo barrio, donde un conocido que decía que la casa era de él.

Como a los dos meses de estar en la nueva residencia, llegó un día un tipo a decirnos que desocuparamos porque la casa era de él, y que ya venía la policía a sacarnos los trastos a la calle.

Ante esta urgencia, Carlos, el esposo de tu tía Olga, nos ofreció un lugar en la casa de ellos por unos días, mientras conseguíamos para donde irnos. Así que subimos el pequeño trasteo a una volqueta que él nos envió, y nos fuimos a vivir con ellos.

Cuando llegamos allí, para mí fue un golpe terrible, al ver el contraste entre la riqueza de ellos, y la pobreza de nosotros. Mientras ellos tenían de todo, nosotros no teníamos nada, por mucho un pequeño radio portátil marca Sanyo, me acuerdo mucho de ese aparato, pues cada rato tenía que empeñarlo para solventar la situación económica de nosotros.

Esa pobreza nuestra se debía a que yo no había podido conseguir un trabajo estable, por falta del pasado judicial, pues siempre me lo negaban por tener pendiente un caso con la justicia. Resulta que tiempo atrás yo había tenido una pelea con un superior mío en el trabajo, -era un supervisor que incluso había asistido a mi matrimonio-. Resulta que el hombre me tenía bronca porque yo estaba a punto de ser ascendido al mismo puesto de él pues yo tenía más conocimientos y me desempeñaba mejor en el trabajo. Así que buscaba como formarme pleito, y en medio de una cervezas, -siempre el licor formando problemas-, nos agarramos a trompadas, y en una que le dí el hombre cayó sobre la mesa, que estaba llena de botellas, y al caer, estas se rompieron causándole una herida en la cara.

Eso fue un miércoles santo, y estábamos festejando el puente que se iniciaba.

Cuando el siguiente lunes llegué a trabajar, me estaba esperando la policía, y me llevaron preso acusado de lesiones personales. El cabrón, durante el puente, me había demandado. Me llevaron a la Estación de el Ricaurte, y horas después me trasladaron a la Cárcel Distrital que queda yendo para el Veinte de Julio.

Duré 19 días preso, al cabo de los cuales me llegó la boleta de libertad condicional, con presentación al juzgado cada ocho días. Para colmo el h.p. dueño de la empresa, lógico me echó, y se robó las prestaciones que me debía, alegando que hasta la justicia no decidiera sobre mi caso, las retendría, pues yo había delinquido contra un superior.

De todas maneras la justicia no resolvió nada, y yo me aburrí de ir cada ocho días a presentarme, pues así no podía trabajar en ninguna parte, y a los cinco años el caso prescribió.

Menos mal que cuando llegamos donde tu tía Olga yo estaba trabajando con Jaime Pérez, -tú lo conociste-, y algo que le agradecí a él, fue que no me pidió ningún papel para trabajar en la empresa, en la que yo le colaboré desde el inició.

Después de algún tiempo, Carlos me sugirió que en lugar de pagar arriendo en otra parte, que le pagara a él, y que nos quedaramos viviendo con ellos. Nosotros aceptamos, y como era un local bastante grande me tocó comprar triplex para dividirlo en dos.

Yo ya contaba con un sueldo fijo y en una empresa estable, por lo que trabajando duro, pude comprar la estantería y los mostradores para montar una cefetería. Compré la nevera y la greca a crédito, y compré harto papel higiénico para llenar los estantes, además de los artículos de la cafetería. Desde el primer día que inauguramos, yo me levantaba a las cuatro de la mañana, a hervir agua y leche y alistar para abrir antes de las cinco, pues como estábamos preciso frente al terminal de las troles, los choferes llegaban congelados a comprar tinto o perico.

En un principio la cafetería marchó bien, y tu mamá la volvió restaurante, pues llegaba mucha gente en busca de almuerzo. Viendo que el negocio marchaba bien, Carlos empezó a traernos piernas de jamón y otros artículos que él nos fiaba, de modo que yo iba adquiriendo una deuda con él. De todas formas el negocio empezó a decaer, pues los chinos de Carlos sacaban y sacaban golosinas, y tu mamá, pues lógico, les anotaba hasta que empezaron a surgir problemas, porque la cuenta se les subía mucho.

Como yo abría el negocio y me iba a trabajar, hasta Suba, y no regresaba hasta por la noche no me enteraba de lo que estaban sufriendo ustedes, pues esos chinos eran muy humillantes, y Olga peor, pues no cabía entre los chiros de lo estirada que andaba.

Un día que llegué temprano te vi a ti y a Nelson en un combate el berraco. Nelson era más grande que tú, pero no pudo contigo. Lo que más me impresionó, era que se daban y se daban y ambos callados. Tu no tenías más de cinco años, pero al fin lograste hacerlo llorar.

El chino te humilló de palabra, diciéndote que te fueras de ésa que era su casa.

Entonces empecé a darme cuenta de cómo eran las cosas en esa casa, y que tu mamá no me contaba para evitar problemas. De todas maneras tu mamá ya estaba aburrida, pues le tocaba joderse mucho cocinando y atendiendo.

Una noche, después de cerrar, nos sentamos con tu mamá a comentar lo desilusionados que estábamos, cuando de pronto con un estruendo ensordecedor, la estantería que estaba llena de gaseosas y cervezas, se vino al suelo. El reguero fue espantoso, todo el embase se rompió, y el liquido daño los artículos que había para la venta. Con Carlos duramos como tres horas recogiendo vidrios y masacotes para botarlos en un potrero que había al frente.

Eso fue como una premonición, y entonces tomamos la determinación de irnos para Suba, pues allá quedaba la empresa donde yo trabajaba.

Como Carlos todos los domingos se iba con la familia para tierra caliente, aprovechamos para hacer el trasteo en una camioneta de la empresa, y me tocó hacer más de tres viajes, pues el vehículo era pequeño.  En el último viaje llegaron los paseantes.

La impresión que tuvieron fue inmensa, pues nunca se imaginaron que nos fuéramos a ir de allí. Hubo mucho llanto de Olga y los hijos, pues sea lo que sea, esa gente amaba mucho a la tía Martha.

Yo les dejé los mostradores, los estantes, la greca y algunas cosas más, por la plata que les debía, para no dejar deudas con ellos.

¡Y así fue como llegamos a Suba! ¡Era el año 1974!

Agosto 2005


Carta de la Abuela Martha



Es la historia de una persona de este mundo que vivía en un barrio, que comenzaba a aparecer con tres casas en un inmenso terreno sin construir. No había luz ni agua, y la cocina era de carbón.
Esta niña cargaba galones de agua por muchos kilómetros, y acostumbraba a jugar con los niños que encontraba en el camino.
Creció, y empezaron a aparecer la luz, el agua ya llegaba hasta las casas, y de pronto, hasta un televisor en blanco y negro.
Comenzó la construcción de nuestra casa. Teníamos hortalizas, maíz, gallinas, perros (cuando a estos les daba rabia, la gente los mataba a palazos). 
Mi colegio quedaba a varios kilómetros de distancia, y la verdad yo era muy locha para estudiar... Estaba creciendo, por lo que ya me llamaban la atención los muchachos, y por lo cual me dio por arreglarme tanto que era exagerado, con ropa de mi mamá y de mi hermana mayor, Olga
Por esa época, la casa donde vivíamos ya nos parecía lejos y peligrosa, además de fea... Así que comenzamos a presionar a mi mamá para que nos fuéramos de allí, vender y alejarnos de ese sitio.
Nos fuimos para otro barrio donde nos sentíamos super, colegio bonito para hacer el bachillerato, en bus colectivo.
Mi hermana mayor, Olga, era la más bonita de todas, y a la que todos los muchachos le coqueteaban en el barrio. Entonces yo pensé, en mejor ponerme a jugar con los vecinos.
De todas formas, antes de salir del otro barrio, yo tenía un novio, y Olga también. Las cosas eran muy en serio, y pensábamos hasta en casarnos, argolla y todo me dio. Y llegó a visiarnos en el nuevo barrio.
Era un muchacho de buena familia, de familia pudiente, como yo estaba mirando a otro muchacho comencé a eludirlo. El problema era que en ese barrio, todos los muchachos andaban en la calle, tu papá era uno de ellos, que en un comienzo ya había coqueteado con mi hermana Olga, a la que no le gustaba ni un poquito, porque era borracho y andaba en la calle todo el día.
Posteriormente Olga se casó, y él comenzo a perseguirme por todas partes, hasta en el bus del colegio, finalmente nos volvimos novios... Pasaron uno, dos, tres, cuatro, cinco, y seis años, ya mi mamá comenzó a presionarnos para que nos casaramos o termináramos. El no tenía ni un peso, pero de alguna forma conseguimos para la fiesta, la luna de miel... Hasta ahí llegó la esperanza, pues a los ocho días llegó borracho y así sucesivamente...


PD. Es hora de cambiar la historia de los "así sucesivamente"... Acabo de regresar de Colombia, visité a mis padres... El viejo ya no se toma un trago. Además no puede. Y con su pensión ayuda en la casa. Tan falto de afecto y de dar afecto, se dejaba abrazar y en la casa fue quedando el hábito de sentarse a la mesa a comer juntos...  NC

1 comment:

Anonymous said...

que historia tan fascinante. la intensidad de la vida es increible, y siempre con el amor de base..no importa lo que se este viviendo en el momento.. me la disfrute increiblemente.. me hizo reir lo que dijo tu padre de ti hablando de como eras cuando naciste.. "te gustaba mas la pelea que el tetero"... se siente como en el corazon de los padres siempre palpita el amor por los hijos,,,, aunque a veces no lo demuestren.. que super ensenanza.. gracias.. xoxoxoxo