Texto y fotos Néstor Cristancho
Desconcierta y eriza ese olor suave de la piel femenina.
Olfato a tacto. Sutil sensación en las yemas, ritmo lento.
Corazón acelerado.
Miembro erecto.
Un instante. Unos minutos.
Paola no tiene más de 24 años. Los senos dos mil dólares; nalgas y pelvis mucho ejercicio, pocas grasas. También saca unos dos mil a la semana. Se siente muerta en vida. A su edad no es un ser humano, se siente un objeto.
No le interesan los sentimientos, las relaciones; el amor es un cuento cursi, la familia es una carga que hay que callar con dinero. “Puta mierda todo esto”, dice, y se bebe un trago.
Como quedamos en el primer cuento de esta ‘Memoria de burdeles’, Paola sigue sentada en mis piernas, apenas una diminuta tanga y un trago de algo en la mano. Es el año 2003, una esquina de un VIP Totally Naked. Y esta Paola accede a hablarme de su historia, y lanzarme una y otra vez un doloroso “Puta mierda todo esto”. Yo incluido.
Le había contado del proyecto de escribir un libro sobre las “putas colombianas en el exterior”, que había planeado mi viejo amigo Camilo Chaparro. Y ella sería mi comienzo. Menos mal tan superfluo plan se aborto. Pero tres acontecimientos sucedieron en su paso. Uno, se acabó mi primer matrimonio. Dos, me di cuenta por qué se acabó ese matrimonio y lo apestosa que era mi sexualidad. Desperté al sexo real.
Años después, revisando mi historia, su conexión con burdeles y la sexualidad, surgieron estos relatos. En este final rescato a Paola, cuya historia no era diferente a las que se han oído sobre prostitución. Lo que finalmente culmina este viaje de Memoria de burdeles es el falso mito de la sexualidad.
Es casi imposible encontrar verdadera luz sobre lo que es el sexo. Si los padres de uno están bien confundidos, ni se diga de las escuelas, ni los libros, no hay nada. Pura mierda de seres mal cogidos, producto de padres mal cogidos, ya lo han dicho los personajes de Subiela. Nadie escribe o dice nada real sobre el sexo. De Goethe a Sartre, de Poe a Borges; ni Beatniks, ni best sellers. Todo, todo, es pura mierda:
Hay que tener sexo como sea. Hay que tener sexo a diario o el matrimonio es un fracaso, dicen ellas. Y sufren que el marido no las ama. Y ellos, que “si no hay más, pues con mi mujer me acuesto”, dice un dicho machista. Los otros que, “yo a mi mujer la complazco plenamente”. Los adolescentes buscando como cogerse lo primero que se les atraviese, porque nadie les explica qué les está pasando, ese despertar de la gran energía creadora. Pero sigamos con los mitos: Que sin sexo no hay amor. Que la libertad absoluta, que los intercambios de pareja, los swing que llaman por aquí. Que Sartre y su mujer eran ejemplo de libertad total; que Dalí y Gala, y todos depresivos. Que, señora aquí están unos consejitos para atizar la hoguera; que señor tome Viagra. Y entre hombres, jactándose falsamente de lo que no son y de lo que jamás logran: complacer a la mujer.
Todo porque nos quedamos en una etapa básica de la sexualidad: El orgasmo. La gran mentira. Para hombres y mujeres.
Pero narremos esta Cabala para concretar el punto.
El mismo Camilo Chaparro me había llamado a pedirme una historia para el noticiero de televisión NTC, el lanzamiento de la revista Poder, otra de esas publicaciones de mierda con cero profundidad. Pura mierda.
Gracias a la confianza fraterna de mi pana Camilo, todavía me pedían notas a pesar de mi mediocridad para la reportería, especialmente la de radio y televisión, me costaba hablar tanta mierda.
Era miércoles en la noche. Mi entonces esposa quedó en casa.
Terminé la historia para la televisión y me fui a un bar de la calle 57 y Broadway en Manhattan, donde bailan y hacen strip tease unas modelos tipo revista Playboy.
No recuerdo cuánto dinero habré gastado aquella noche. Dos rubias perfectas, escribo perfectas en el concepto más superficial de la belleza que conocemos; dos rubias perfectas se “enamoraron” de mi.
Cerrado el lugar, en la calle sudaba frío esperando a que las dos salieran, de acuerdo a lo planeado. Más convencido de que no. De que seguramente todo había sido una farsa, que se habrían arrepentido o cualquier cosa de esas.
Salieron. Me buscaron. Vestían con tal clase y sensualidad que lo del GoGo Bar como que no encajaba. Bueno, de hecho cada vez se ha vuelto más una moda bastante aceptada. Sin más nos besamos. Nos tocamos. Entre ellas, conmigo, los tres. El taxista era un afroamericano que apenas se reía y me decía “you’re lucky man, so lucky”. Por ahí paramos a comprar condones, cigarrillos y vino para llevar al hotel, que terminó siendo el Holiday Inn de Tonelle Avenue en Nueva Jersey, único lugar decente en millas.
Sexo por horas. Todavía me asaltan las imágenes de ese par de mujeres tan dispuestas a mí. El gran milagro me había ocurrido. Aquel INSTANTE -bueno, aquellas horas- no tenía precio.
A la mañana siguiente, sin un peso en el bolsillo, completamente exhausto, logré tomar varios autobuses hasta llegar a mi apartamento. Serían como las once de la mañana. Ahí estaba aquella esposa llena de llanto y rabia. No tuve valor para decirle toda la verdad. Pero era demasiado evidente que me había acostado, por lo menos con una. Le dije un nombre conocido, nunca, hasta ahora, supo de las dos bailarinas rubias.
Aguantó diez meses hasta que un día se fue de casa. Nunca más regresó. Al principio la culpé a ella, que clase de burro era. Por fortuna esa mujer tuvo dignidad y terminó lanzándome a la mierda. Volviendo a vivir. A reír. Lo único decente que hice fue dejarla de acosar después de un año de arrodillarme, insultarla y llorarle cada vez que podía. Qué papel vergonzoso. Todo por un instante de lujuria maravillosa. Todo por el sexo, todo por el orgasmo.
Precisamente, la gran adicción, aquella peor que las drogas: La imaginación sexual. Y el gran mito: El orgasmo.
¿La imaginación sexual? Miles de años de represión, de iglesias represoras y castradoras, de familias e instituciones represoras y castradoras, del abuso milenario del hombre y su ceguera total. De la ausencia de consciencia. De la imaginación. Del imperio de la mente.
Todo bajo la misma lámpara. El deslumbrarse por una mujer o por un hombre. El pagar por su placer, ya sea directamente a través de la prostitución o por los malabares que nos inventamos por un instante de sexo. Que creemos es el amor. El ser esposa, madre, hija, mujer, esposo, padre, hijo, hombre. Puras definiciones fundamentalistas empeñadas en establecer un orden basado en el miedo, la ley y la disciplina dura. Y así fundamentalista el resultado, la obsesión por el otro, los celos.
El gobierno de la mente. Mentes trastornadas por la represión. Dice Osho que el día que desaparezcan las iglesias, el papa católico y su séquito, desaparecerá la pornografía. Los represores lo que hicieron fue confundirnos más. Y confundirse ellos, ahí quedan en la historia como una secta de violadores de niños; verdugos de mujeres a las que perseguían por brujas en la Europa medieval; torturadores y asesinos de infieles y herejes que no reconocían su dogma en sus primeros mil quinientos años de historia. Para que seguir…
El sexo se nos convirtió en otra adicción. Como las drogas, el alcohol o el cigarrillo. Tan nociva porque se esconde tras la virilidad y la vida “Satisfecha” “Plena”. Y todos viviendo la gran depresión, el gran delirio, el existencialismo fatal, la soledad, la confusión entre sexo, enamoramiento, obsesión, amor, propiedad privada, familia, feudo, poder, orgullo, ego.
Y del orgasmo. Todo en la vida se nos convirtió en instantes. Vivimos de instantes. De circunstancias. Repetimos frases como “depende de las circunstancias”. De los instantes. Somos unas veletas sin armonía. Buscamos la instantánea felicidad. El orgasmo. El orgasmo de tragar. Sin apreciar la alquimia de la cocina. Todos orgasmos. El tener la razón y disfrutar de que se me conceda tal triunfo o que gane la tal competencia. Y por ahí llegamos al gran énfasis de todo instante humano: El orgasmo sexual.
Los hombres lamiendo el clítoris de la mujer como enfermos, cero alquimia, cero amor. Pero es que había que alcanzar el orgasmo. Y las mujeres sufriendo porque no pueden alcanzar el orgasmo. Discutiendo entre ellas su gran preocupación y frustración.
Más allá del orgasmo, existe una plenitud constante. Cuando se logra observar el truco mental, a través de caminos como la meditación, el único que conozco, se da uno cuenta del error majestuoso. Se ve a la mente enloquecida, buscando la satisfacción del instante. El sida no es una enfermedad sexual, es el resultado de la mente sexual.
Una vez paras. Una vez observas. Primero lanzas a la hoguera los DVD y revistas de pornografía. Perdón, no. Primero te alejas de las iglesias. A mi me tocó alejarme de los enfermos católicos. Hasta hace apenas unas semanas por fin tiré al tacho lo que me quedaba de pornografía. “La pornografía es un gran tóxico porque esas imágenes se quedan en tu mente”, dice el guía Alberto Aponte.
Lo de los burdeles que me tocó ver tal vez fue una forma de ayudarme a despertar. Del camino. Ver a esos hombres, y yo mismo, pobres diablos, de todas las edades y tipologías, pagando o delirando por sexo. Esa industria frenética y esas mujeres muertas.
Me imagino que la humanidad necesitará años para despertar en este tema. Si a uno solo le tocaron casi 40 años, y en el término de los 30 a los 40, cuando empieza a verse la luz, la mente se defiende con escepticismo y soberbia. Hablarle a uno de sexo. ¡Ja! Y desde ahí, todavía mucho trabajo de desintoxicación. Como el adicto a la heroína.
Será parte del despertar que vaticinan los profetas, astrólogos y todo tipo de observadores, cuando por fin, dice Osho, los niños jueguen desnudos con sus padres sin que haya alguien que se escandalice. Cuando el orgasmo sexual, ya vencido, de paso a ceder en otros orgasmos, como la imposición y discusión de ideas.
Y ahí también termino. Porque si tu mente te permite aceptar algo de esto, asumirás un camino personal y hallarás herramientas. Porque finalmente ceder al orgasmo abre la puerta del verdadero sexo, ese que genera una energía suprema que provoca en el interior del ser humano fenómenos volcánicos.
NC
Junio-septiembre 2008
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