Formas de ver la vida

El Fairline 500

Texto Néstor Cristancho
Fotos y radio bemba Samantha Rapolla


Se vende automóvil Fairline 500, modelo 1975, color amarillo. Perfecto estado. Aunque a veces molesta en el encendido, y se sabe de una ocasión en que se detuvo en plena autopista para pesadilla de Jorge Rapolla.

Interesados: Isla Margarita, Venezuela. Etcétera.

El Fairline 500 se lo regaló a Jorge Rapolla un amigo judío que decidió dejar isla Margarita después de 20 años. Se fue a morir a Israel. Pero le dejo a Rapolla su viejo Fairline 500. Y por tamaño y características, Rapolla decidió ponerlo en venta.

Llegó el mes de agosto y apareció un cliente, un veterano que se enamoró del Fairline 500.

-Señor Rapolla, déme unos días y yo le consigo el dinero. Yo tengo una parte y la otra mi hermano me la presta.

Y Rapolla tranquilo. Sin afán. Claro, cómo no.

El 8 de agosto de 2008, Jorge Rapolla cumplió 60. ¡Salud! La familia se reunió en la isla a celebrar. Hasta Daniel llegó a comité. El problema es que no había reales suficientes para hacer el fiestón.

Nada que hacer. Los Rapolla son ejemplo de austeridad y ascetismo. “Lo que pasa está bien”, reza su filosofía. Entonces celebración suave, sin alardes.

Justo ese 8 de agosto apareció el veterano enamorado del Fairline 500.

-Señor Rapolla, ¡se lo compro!

Perfecto. Solo que el ilustre veterano pedía pagar en dos contados. Aquí están par millones. Y mañana mi hermano me pasa el resto del dinero. “Si así me lo puedo llevar”. Y Rapolla tan amplio, sin más, cómo no. Confianza es lo que hay. ¡Vendido!

El veterano que afloja los reales y fiestón asegurado en casa de Rapolla, celebración doble: Los primeros sesenta y el tino del destino para vender el Fairline 500.

Se fueron como quinientos mil en las compras. Pero qué fiesta.

Al día siguiente. Todavía con el agite en la cabeza, a Jorge Rapolla le toca contestar la llamada del veterano del Fairline.

-Mire señor Rapolla, que las cosas han cambiado. Que mi hermano no me prestó el dinero. Y yo mejor quiero mi dinerito de vuelta, porque usted sabe…

Y blabla blá, y blabla blín, Rapolla despertó de zopetón.

-Me va a perdonar usted, ilustre señor. Yo le puedo devolver la mayor parte excepto quinientos mil que usamos, usted sabe… En ese momento yo contaba con ese dinero… Y bueno… Se imaginará usted que cubrimos unos gastos pendientes… Y…

Pues al veterano le fue dando el soponcio. “¡Yo quiero mi dinero ya!” Rapolla que es tan sereno contagió al veterano hombre y le explicó que además cómo iba él a tener todo ese dinero ahí en la casa. Que le hacía un cheque y que…

-Pues eso será usted señor Rapolla. Yo no meto mi dinerito en ningún banco. En la casa lo tengo bien guardado. Y si usted no me lo da ahora mismo, mi esposa me va a coger a cantaleta, y quién se la aguanta… Usted no sabe señor Rapolla…

En fin. Rapolla se batió lo mejor que pudo, “y así como yo confié en usted para que me trajera el resto del dinero después, así aspiro que usted confíe en mí para devolverle los quinientos”.

¡Pero este viejo cara dura es que no sabe que así no se hace un negocio! Cómo va a venir a comprar un carro y al otro día se corre y además viene a que le den su dinero… ¡Abrase visto!

No faltaron esas quejas familiares. Pero Rapolla tranquilo. Está bien. Hay dos formas de ver el asunto. Esta que nos hace señalar inquisitivos al veterano. Y la de Rapolla: “Ese viejo es un ángel. Se apareció justo cuando lo necesitábamos. ¿Quién nos hubiera prestado a nosotros quinientos bolos de buenas a primeras?”

A la fecha, el Fairline 500 por fin se vendió. No sin un par de sustos más: La varada en la autopista y el disgusto de Rapolla. Se llegó a plantear el quejoso “ahora qué hacemos con este carro”. Rapolla tuvo que llevar el Fairline a su mecánico por 20 años para que lo pusiera a andar otra vez porque justo apareció otro cliente y el carro varado. Y entre diagnóstico y afinación:

-Mire señor Rapolla. Yo se lo arreglo. Pero ¿por qué mejor usted no me vende ese carro a mí?

Imaginamos la sonrisa de Rapolla saliendo del taller. Aunque parezca de mucha calamidad, no hay que perder el ánimo. Ni con pastel de 60, ni varado en mitad de autopista.

NC / Septiembre 2008

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