Es la tarde cálida del comienzo de junio.
Ella en un violeta suave.
Frente a un piano rojo-amarillo, butaca roja.
“New York State of Mind”.
Rojos y amarillos se perciben en las bases que sostienen el teclado.
Lo de más son grafitos, calcomanías, símbolos y frases, entre las que destaca el tamaño de aquella a la izquierda, letras como rubricadas en piedra:
Sing for Hope.
En los parques de Nueva York se hayan músicos que de pronto te sorprenden con pianos en el parque para cantar por la Paz.
Ella, ésta de este parque de Tribeca que toca, parece más bien que guía un avión.
Pilotea aquel ritmo inalcanzable.
Todos ahí, no escuchamos, simplemente.
Nos agarramos a las bancas de madera esperando a que el ritmo se haga intenso con ella.
Ascendemos con ella.
En el centro de aquel parque, una esfera gigante.
Transeúntes a la carrera, merman el paso hasta detenerse a encontrar un lugar desde el que volar en aquella tarde cálida de junio.
Cruje la tierra cantando, haciendo la voz de esperanza, en tono y tiempo.
Las teclas revientan estados de ánimo.
Dos señoras salen corriendo precipitándose a las aceras y llamando a sus dioses.
La mujer de púrpura toca como si descargara frente a una conga.
Y el parque se levanta.
El piano enmudece el estruendo del tráfico neoyorquino. Enmudece las voces, los gritos de las señoras asustadas, las directrices de servicios de emergencia y policía.
Ya suspendidos, allá abajo, rascacielos. Aquí, en este parque, en el cálido junio, ella y yo.
La pianista púrpura que baila y vuela, por fin abre los ojos para encontrarse con la nota final.
Caída libre.
NC
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