Inconsoloblamente llueve la tierra.
Las balas cesan y se guarecen.
Bravíamente se agita el río que bebe
cuánta quebrada y charco que rebosa.
Ya no hay arboles que paren esto.
La tierra herida se derrumba al paso del
que ruge.
Tiros y tartufos explotan.
-¡Creciente! –Grita el Huasipungo.
-¡Emboscada! –El armado.
De la escuela quedan las paredes.
Las computadoras que recién habían
llegado se las llevó la avalancha.
En los tableros barro.
En la tierra sangre.
La tierra, escombros.
Inconsolablemente llueve la montaña.
Ahora entiendo tu invierno.
NC
Toribio,
noviembre de 2013
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