
Era el marco de un concurso de belleza en
Tyrol, un restaurante del Gröna Lund, el más antiguo parque de atracciones de Estocolmo, la Lecuona Cuban Boys era una
de esas orquestas cubanas raras en aquel abril de 1963, con todo y el ajetreo
provocado por la revolución, la música que venía de allá era de gran novedad.
‘El Caballote’ se fajaba en el piano y
aprovechaba para echarle el ojo a una risueña jovencita de 18 años que andaba
flirteando con un grupo de amigas.
-"Yo creo que tú eres más linda que la que
ganó" –Con tal piropo Rose Marie Pehrson calló en la tentación de irse a
tomar una copa con aquel hombre y así se dedicaron a amarse para siempre.
Sí, Chucho Valdés fue maestro del piano y de la
música, pero lo que aquí celebramos es la maestría que aquel “gigante” enseñó
como caballero y enamorado de la mujer.
Apenas anoche me enteré de la muerte del
gran Chucho. Murió a los 94, dicen. Que ya estaba quedándose sin memoria, dicen,
y él se reía. Imagínate de 94 años vale que ya se anule cierta información
innecesaria.
Cuando lo entrevistaban, Chucho siempre
hablaba de ella, de Rose Marie. En Calle 54, el magistral documental de Latin
Jazz que hizo Fernando Trueba, a Chucho lo muestran caminando por la nieve de
Estocolmo predicando su enamoramiento aún cincuenta años después.
En su billetera, además de sus siete hijos
y nietos, Chucho llevaba una variedad de retratos de Rose Marie, incluso uno de
ella a los 18. Una época en que a la pareja le tocó enfrentarse a la mirada
familiar y social de aquel hombre negro con aquella mujer blanca. Más la situación
de migrante que a Chucho le obligó hasta sacar licencia para manejar bus y taxi,
para poder tocar en uno que otro hotel europeo.
Por eso aquí lo celebramos como hombre
enamorado de la mujer, Gran Caballero de las filas de aquellos que se declaran
súbditos a ellas, protectores y guerreros de las diosas.
Por aquí recordamos a otros maestros de
esa casta, como aquel George Bakazias que a los 60 decidió seguir al amor y
dejarlo todo, aunque años después la vida le cambiara a la amada mujer por una
amada tierra, un amado paraíso.
O Jorge Rapolla, hombre enamorado y
caballero, de ahí padre ejemplar, hombre ejemplar.
Por ahí también Paul Merino, mi maestro,
amigo y mentor, y toda su casta de mujeres que lo adoran por tres generaciones.
En esa casta, William Cristancho.
Aprender de los maestros, porque la Vida
nos enseña que hagas lo que hagas, estudies lo que estudies, la primera
certificación del hombre es aprender a tratar y amar a la mujer. Y cierro con
una frase –canto- de otro maestro enamorado, Rubén Blades: “Porque una cosa es
ser varón, y otra es ser hombre”.
NC
Andes, Colombia, 24 de marzo de 2013
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