La historia de Lucy
Lucy es una Pitbull. Un animal fuerte, hermoso. Pelaje gris, musculosa, brillante. Cuando la conocí se escondía entre los carros y casi se estremecía y temblaba cuando traté de acercármele.
Mi vecina, poeta y amiga Isabel Angel ama a los animales. Y rescató a Lucy del maltrato.
A Lucy, como a muchos Pitbull, la criaron golpeándola, gritándola, tratándola con ira. Como a mucha gente también se cría.
La patearon tanto a la pobre Lucy, que le quedó una mirada de terror, y un temor enfermizo.
Pero Isabel Angel decidió rescatarla. Se la llevó a su apartamento, aquí arriba de donde yo vivo en el edificio de La 10. Eso quiere decir que Isabel ya tenía tres pitbull y dos gatos.
Los dos gatos y los pitbull que recibieron a Lucy vivían en absoluta felicidad. Amigos, mimados, gozadores, cero conflicto.
Pasaron los meses y Lucy fue mejorando poco a poco. Pero el maltrato genera demonios muy tenaces.
Uno de los gatos, el más malandro, que hasta callejero había sido, era un enamorado de Isabel. Se acostaba con ella, se bañaba con ella. En la ducha.
Para Lucy Isabel era su diosa, su salvadora.
Isabel, hija de shaman, se comunica con los animales directa y claramente. Y se dio cuenta que Lucy no soportaba al gato. Así que le advirtió a Lucy: “Pilas con el gato”.
Pasaron los meses y Lucy trató hasta donde pudo. Los demonios del horror le habían enseñado el odio, los celos, el maltrato, la violencia.
Un día Many, el hijo de Isabel, no pudo entrar al apartamento porque Lucy se le lanzó enfurecida a la puerta. Many cerró a tiempo, pero lo que había visto lo desbarató. Como pudo le avisó a su madre que Lucy había matado al gato, y que no se podía entrar al apartamento.
Isabel Angel llora cuando se acuerda de esto. Se fue del trabajo, dijo que tenía una emergencia en su casa.
Isabel entró a su casa con ese temple suyo que ni la furia de Lucy se atrevió a lidiar.
En cambió Lucy se arrinconó como pudo. “Temblaba del miedo. Ella sabía lo que había hecho”.
Isabel recogió lo que pudo de su gato. Limpio como pudo el apartamento, el baño, donde el gato callejero parece haber dado cruenta batalla. En la noche, Isabel lavó en un helado silencio a Lucy, por esa bañera corría sangre.
Los otros pitbull se mantuvieron “petrificados”, inamovibles, en un rincón de la casa. “Estaban aterrados de lo que habían visto”, recuerda Isabel.
“Jamás le haría daño a Lucy. Porque entiendo que ella también es una víctima”, me dijo llorando la guerrera Isabel Angel. Y siguió: “Yo no justifico nada violento. Pero entiendo que hay que parar el sufrimiento, no sé porque la gente me juzga mal cuando les digo que hasta en una violación, por el violador hay que tener compasión, porque hasta él es una víctima”.
Su observación ayudaría a perdonarnos y a tenernos compasión, y a parar los ciclos eternos, kármicos de violencia y sufrimiento.
Lucy fue entregada a un amigo de Isabel que vive campo adentro. Está de paso, mientras le consiguen quién la adopte. La tratan bien. Dicen que ya no tiene miedo. Que es obediente y calmada. Se le nota si la pena, pero vive.
La vida le ha dado otra oportunidad a Lucy. Isabel se la dio. Ahí terminó ese ciclo de sufrimiento. Porque alguien paró. Porque un ser consciente paró.
Lucy lo entiende, conoció el demonio del maltrato, pero conoció el perdón. Ahí su salvación, adonde quiera que vaya.
NC
New York, julio 2012
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