Más allá - Parte I

Se agazapan como fetos en alguna esquina de tu sueño. Sabes que es una mujer por sus vestidos, como sedas; sabes que es una bruja cuando te da cara. Resistes el espanto y te mueves de prisa.
Los amuletos, collares, piedras, o cualquier símbolo que hayas consagrado durante tus horas conscientes te servirán para defenderte.
Los utilizas sin siquiera preverlo, simplemente están en tu mano o en tu cuello. Sin miedo, lo apuntas a ellas y las brujas emiten chillidos entre ira y dolor.
Alvaro me había dicho que los gatos son los protectores de la cuarta dimensión. Para mi sorpresa mi perro saltó voraz a ayudarme cuando las brujas me encerraron en el sueño.
Salimos bien dejando atrás ese manto de tiniebla. 
Yo que olvido los sueños; y que más aún si despierto y no los escribo se me van con el aire. De este ni siquiera tuve que despertar porque pase al otro lado. 
Ahora escribo observando esta nueva dimensión. 
La mente está conectada con esta realidad, con la gran magia, y con dimensiones más allá que apenas empiezo a observar. 
Fue en la casa de Germán cuando tuve el primer contacto con aquello más allá.
Llegamos a su casa en la tarde en que el verano sofocó a la ciudad de Nueva York. Había sido tal la intensidad del calor de los últimos días, especialmente la de aquel en mención, que la ciudad había lanzado una de sus famosas operaciones de emergencia.
En el patio de atrás de la casa de Germán había una nube de moscas sobre una gata agonizante. Con las ratas, los gatos callejeros son los sobrevivientes salvajes de la selva urbana, de la miseria del hombre moderno.
Los gatos callejeros se establecen en aquellas casas donde por lo menos no los patean.
A esa gata la había visto merodeando Germán y sus niños, entra las muchas otras que los visitan a comer las raciones o beber de la cuenca de agua que esta familia les provee.
Pero esta gata era demasiado calle para ir a recibir afecto.
Hasta ese día en que no pudo más y logró llegar hasta una esquina de sombra donde se tumbó y espero a la muerte, sedienta, hambrienta y sofocada.
Cuando la vi le pedí a German unos guantes de trabajo. El trajo agua fresca y yo la tomé en mis manos. Primero espanté a las moscas de la muerte que se retiraron a las malas. La vida había llegado a esa esquina.
Tomé a la gata en mis manos y empecé a despertarla. A llamarla aquí. Sus ojos pasaron de estar vidriosos a buscarme entre aquellas tinieblas del lejano profundo. German mojó una tela en el canto de agua y la escurrió en la boca de la gata.
La vida dio su primer estertor y la gata se sacudió y sus ojos reaccionaron. Su fuerza era mínima pero aún así comenzó a jadear y a respirar intensa. Nos mantuvimos así hasta que la vimos estabilizarse y calmarse. La puse unos instantes en una cama que nos inventamos y la dejé descansar de una batalla que debió tomar al menos media hora.
Estábamos cansados y no decíamos palabra. 
Germán fue por más agua fresca y yo me senté a descansar. Era la noche de un viernes. Habíamos incluso pensado en irnos a algún bar en Brooklyn.
Sin hablar demasiado empezamos a velar a la gata. La acariciaba con los guantes y vimos como las pulgas empezaban a abandonarla en masa. A esa muestra de afecto, la gata repondía con miradas de reojo, con respiración cansada. Tal vez en toda su vida nunca había recibido una caricia.
Las caricias son una de las curas mágicas del amor.
Pero era muy tarde. A esta gata la vinimos a rescatar cuando estaba en el otro lado y la muerte pronto volvió a tomar lo suyo.
La gata tuvo un par de convulsiones y se estiró echando los ojos a la muerte.
Inmediatamente Germán y yo reaccionamos. Me pusé los guantes y la levanté. Le di masajes en el pecho y cuando vi que se iba y ya no respondía, me acerqué lo más que pude a su boca, a la boca de una gata callejera, con una flema blanca de muerte, y empecé a lanzarle bocanadas de aire, para luego golpearle el pecho con fuerza suficiente para reactivarle los pulmones. Sería como un minuto cuando la gata volvió a dar señales de vida y volvió a lanzar sus quejidos de vida. Lloré al verla revivir.
Se hizo tarde y nos la pasamos en esas, hasta que la gata cansada y nosotros exaustos, la muerte enfadada lanzó su tenaz tridente. La gata nos miró como agradeciendo y en despedida, a mi me clavó los ojos y me mostró la aparición de un mundo más allá, luego expiró lanzándo el último aliento en sus pulmones y se murió.
NC
New York, septiembre 2011

1 comment:

Anonymous said...

Gracias por haber compartido esta magia