La cura

Comida saludable en Jenny Jump Forest/ foto NC


Durante siete días dejamos de comer.

Tan solo nos permitimos un litro de agua salada en la mañana y durante el día, litro y medio de un compuesto de tres limones, savia de palma y arce, agua y un cuarto de cucharada de cayena.

Le llaman ‘La cura’. Es un tratamiento de limpieza digestiva que se inventaron por allá en Hawai y que es muy popular porque hasta Beyonce lo hace cada año. Beyonce es una cantante muy linda.

‘La Cura’ se puede hacer de siete a diez días. Es increíble, no se siente hambre. Es un acontecimiento donde reina la suavidad. Casi flotas. Te tomas tu tiempo para pararte, para caminar, para hablar. Un estado consciente del movimiento, tan armonioso, que te hace suave ritmo. Nosotros llegamos al séptimo día justo en domingo. Ella y yo nos miramos a los ojos, y después de haber soñado con arepas –ella- y picadas –yo-, decidimos que para ser la primera vez ya habíamos hecho un buen trabajo de limpieza a nuestro templo, el cuerpo.

En el octavo día tampoco es que se coma demasiado, apenas un par de naranjas se suman a la limonada de savia, y la cena fue un plato de suave sopa de verduras… licuadas. Es un proceso gradual de unos tres días.


Amamos comer.

Samantha afirma con buena causa que le encanta el proceso desde la compra de los alimentos. Luego, cocinar es un deleite. Para finalmente sentarse en buena compañía a disfrutar de un buen plato.

Cuando cobramos consciencia de que nuestro cuerpo es un templo, ese transporte maravilloso con que hemos sido bendecidos para vivir esta dimensión, cobramos consciencia de la manera en que le tratamos, y que le alimentamos.


Alimentarse es cargarse de energía positiva. Es un placer cuando sentimos que ese combustible llamado alimento entra a nuestro cuerpo. Comer debiera ser toda una ceremonia, dicen los maestros místicos.


La satisfacción es un plato balanceado de placer administrado por la consciencia.

La gula es el placer administrado por la mente, y suele conducir a variados tipos de adicción.


El cuerpo, cada vello, cada dedo, cada brazo, tu corazón, tus pulmones, son parte del gran templo. Están todos vivos, llenos de energía y consciencia propia. Las enfermedades no son más que la manifestación del cuerpo cuando la mente ha cegado al hombre.

El hombre se ciega a la gula. La gula es un acto que indica que en el camino consciente se está en la edad cavernícola.


Así que la gula hace adicción en la mente.

Cuando la mente gobierna, se hace obesa.


Cuando la mente gobierna encuentra en la gula la mejor forma de silenciar la consciencia, y oprimir al hombre.

Cuando no se come por el placer consciente de alimentar al templo, se come por gula: porque es un hábito, porque estoy ansioso, porque estoy molesto, porque estoy deprimido, porque sí y qué.

Así igual se explican todas otras adicciones.

Y entonces el cuerpo tiene que responder a esa soberbia. El universo es tan sabio que le ha dado consciencia al cuerpo para que actúe cuando la mente se ha apoderado del ser.

Puede protestar con un dolor de cabeza.

Con una indigestión.

Hombres que han vivido infiernos sexuales, violando la armonía universal, terminan con cáncer de próstata.

No hablo de moral, ni pecados, ni prohibiciones.

Otra vez se trata de consciencia.

Hoy me rindo a mi cuerpo y le agradezco.

Mientras lo permita el camino y la consciencia, os veneraré.

NC

Bronx, Octubre 2009

1 comment:

Samantha said...

Namste!
Gracias por compartir el cuento...

Lo mejor ha sido ver como en el recorrido se fluye mas ligero, cuando la carga es menos...

Gracias por se el mejor compañero de camino...

Namaste!