A Martín lo trajeron a esta lagunita. Lo sacaron del río, de su casa. A él, a su esposa Graciela y a su hijo.
Fue idea de un extranjero, de esos que vienen por aquí. Dizque para alegrar a la comunidad.
Martín es el padre de una familia manatí, o vacas marinas, como los llaman aquí en la selva.
Y sí, al principio Martín y su familia estaban muy felices.
Martín y Graciela se la pasaban jugando. Saltaban alrededor de las lanchas, parecía que apostaban a ganarle a la lancha, y saltos y zambullidas.
En uno de esos juegos, a un pescador que lo tenía sin cuidado la fiesta, embistió a la Graciela.
Al hijo de Martín y Graciela no le alcanzaron a poner nombre. Sería por el agua de este laguito que estaba muy densa y se ahogó. Otros dicen que fue pena moral por la madre. De todas formas todo el pueblo comió de ese manatí.
Martín sigue hoy solo, en este laguito, la piscigranja. Ya no salta, ya no juega. Ya ni se deja ver como antes. Apenas asoma el lomo. Los niños le tiran piedras, y se sumerge completamente.
Martín está triste…
NC
San Francisco de Yarinacocha
Perú, 12 de marzo 2009
2 comments:
besos nestor... un placer leerte... un abrazoteee. cATTE
que hermoso saber de ti por medio de tus cuentos...
lo que ves, lo que escuchas...
sabrosa vida,
jugosa cabala...
siempre en mi corazon...
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