Por Andrea Domínguez Duque
¿Yo, en un bar, rumbeando sola hasta altas horas de la madrugada? Honestamente, aunque me considero una mujer independiente, la imagen solitaria de mí misma en un sitio de rumba en medio de parejitas acarameladas o de grupos de borrachos babeantes, es una posibilidad que no me había pasado por la cabeza.
A. ¿Tendría que clavar los ojos en el vaso de licor para no estar divagando de mirada en mirada, con lo cual terminaría completamente borracha?
B. ¿Me resignaría a ‘comer pavo’ toda la noche o en medio del verano terminaría bailando con cuanto aparecido se me acercara?
C. ¿Me moriría de pánico al regresar sola a mi casa tan tarde en la noche?
D. ¿Acaso no produciría un poco de lástima -o al menos un par de suspicacias- una mujer solitaria en la agreste rumba bogotana?
Ninguna de las anteriores.
Hace unas semanas fui con mi novio al lanzamiento del disco de un grupo de “tropi-rock”, si es que el género existe. Estábamos en el bar esperando a que tocara la banda pero justo antes de su aparición en escena, él recibió una llamada urgente y debía regresar a su oficina. Automáticamente, me puse la chaqueta para irme con él.
De pronto, un rayo de luz discotequero iluminó el lado machista de mi cerebro. ¿Y por qué no podía quedarme? Habíamos pagado las entradas, me encantaba el grupo y la estaba pasando bien.
Pedí otro coctel, bailé sola y me olvidé de los demás. Gracias a Dios no me echaron escopolamina en el trago ni me hicieron el paseo millonario, pero más allá de mi pequeña victoria sobre mis propios prejuicios, el episodio me hizo reflexionar sobre lo mucho que algunas personas tenemos interiorizada la dependencia.
Las mujeres contemporáneas nos las damos de autosuficientes. Creemos que usar minifalda en vez de burka o retirar nuestro dinero del banco y no de la billetera del marido es suficiente para ser liberadas y completamente independientes.
Y por supuesto que es mucho lo que hemos recuperado en materia de derechos y que no vivir en un país de talibanes ayuda bastante. Pero ya es hora de cambios más sutiles, que pueden empezar con el simple hecho de aprender a bailar sola. Pero eso sí, hay que pedir el taxi por teléfono.
Por cortesía de Oscar Domínguez, y sin su permiso, este es un editorial de Andrea Domínguez, Directora de la revista En Forma
Fotos pirateadas de la web, que le vamos a hacer...
2 comments:
Andrea, no te hace falta aprender a bailar.Ya eres una maravilloza bailarina quê rumbea con las oraciones de tus escritos.
Saludos: El viejito dandoce tumbo con el teclado. Pero palante como el sapo.
Hace algun tiempo me invitaron al lanzamiento de una revista en la ciudad donde vivo, inmediatamente pense, "invito a alguien y ya". El problema fue que nadie quizo ir y ante la posibilidad de no asistir a un evento que realmente queria ir, me plantee la siguiente osadia, "¿y si voy SOLA?".
Para hacer larga, una historia corta, debo recurrir a todos los pensamientos de terror que se vinieron a mi cabeza con solo pensar en esta posibilidad; voy a hacer el ridiculo, todos me van a mirar, como voy a llegar yo sola a un lugar, todos se van a dar cuenta de que estoy SOLA, y que hago cuando llegue? me siento? tomo un trago? hablo con alguien? como? camino? bailo?.........
Finalmente y por esas intervenciones de la providencia fui, y la verdad no me arrepiento, me di cuenta de algo interesante, hay mucha gente que sale sola, nada mas que no nos damos cuenta cuando estamos acompañados, y el mejor descubrimiento, no dolio.
Claudia
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