Texto y Fotos Néstor Cristancho
Eran como las seis la primera vez que una puta se me subió a la cabina de sonido, mientras escuchaba música.
La nena iba gimiendo y metiendo mano. Los discos se iban con el corte del silencio. Hicimos igual. Ella lamía, mordía, tocaba y, quietos en el corte... Siiigggg…
También se detuvo para ver qué tenía en la mano, se dio dos sorbos y volvió a mi boca.
Luego tocaba un disco “para bailar”. Por entonces despuntaba la música electrónica y ‘El House’ empezaba a hacerse popular. Puro ‘Chiz Pum’.
Y para desnudarse, ellas preferían esas baladas del rock maestro que yo empezaba apenas a conocer. Aunque ya le iban sacando el cuerpo a Angie, Hotel California y hasta a los pesados de Air Suply.
Algunas llegaban con su propia música y subían a la cabina a explicarme el asunto de sus discos. Y con qué luces querían bañarse en cada etapa.
Otras querían meterse a buscar la música que mi predecesor les ponía, y que por favor no le dejara tan largo el desnudo.
Y así se la pasaban visitando la cabina desde temprano. Algunas veces se rayaban los discos o casi tirábamos las tornamesas al piso. Aunque no faltaron las que se subían a madrearme por no haberles cortado la canción a tiempo o porque esa no era la que querían o qué fue esa puta luz de mierda que me puso.
Yo hacía “animación”. Así le decían. Me encontré un micrófono viejo y empecé a hablar carreta y a presentar a la vedette de turno. A veces despedía la noche con “Mi negrita me espera” o desalojaba el lugar con el manto de “No woman No cry”.
Pasaban unas, llegaban otras y aquellas no volvían. Total, el viejo Miguel siguió ganando dinero y compró un local en el tercer piso de la esquina de la calle 19 y Décima. Lo llamó ‘Cosmoshow’, y allá me llevó de discómano-animador. Me botó un par de veces y me celebraba los cumpleaños. Allá las mujeres se vendían a precio de refinadas.
En la cabina de Cosmoshow había una ventana que comunicaba con el “camerino”, un cuartucho feo donde ellas se cambiaban: Se quitaban el vestido de baño para lucir sus trajes brillantes, satinados y algunos hasta con plumas, lo que fuera para hacer más vistosos sus shows.
El Viejo Miguel me sacó de su local un año después, ya cansado de que “me le comiera las viejas”, de las borracheras y de lo atravesado que era. “El pedo con la autoridad” que mal manejaba y mal manejo todavía.
Pero como todo gremio, en ése ya se sabía quién era éste, aquella o tal. Así que no tardé en conseguir trabajo en la 48 con 13, “Linares”, un burdel de mayor prestigio y de mejores mujeres. Los burdeles en Bogotá se ajustan a la estratificación social de la ciudad, así que cada vez que me iba yendo más al norte a poner música, mejores y más finas se creían las putas.
De Linares me sacaron un día en que los seis meseros, el portero y el administrador decidieron darme una paliza por andar divagando en el laburo con quién sabe qué ínfulas.
Seguro me creía de mejor familia porque en las mañanas que lograba resurrección temprana atendía clases de universidad en la fatal carrera de mentiroso e hipócrita, que ya expliqué que llaman periodismo y comunicación social.
Después de esa paliza tardé casi un año en volver al gremio. En el intermezo trabajé de mensajero de puerta en puerta, vendedor de cursos de inglés y hasta de oleos Windsor. Luego fui mesero aquí y allá hasta que por fin me dieron chance en Porky’s, plena 76 con Trece. Esa Trece donde supuestamente empezaba el norte, de acuerdo con la estratificación mundana de mejor vida, mejores negocios, mejores rumbeaderos y putas más caras. Y yo, por supuesto, consideré que ya había llegado a la cima de mi carrera. Justo cuando terminaba carrera universitaria de mentiroso e hipócrita.
Recuerdo que trabajando para alguna de esas radios de pena colombianas, Porky’s seguía siendo mi desvare. Desde aquí le hago la venia al bueno de Don Rigo, ilustre propietario de Porky’s, que siempre andaba en buena forma, bien vestido, sereno y al estilo Hefnner, con las mejores putas, dos y tres, y hasta con esposa de turno.
En noches de viernes, algunos colegas, años después, terminarían acompañándome a Porky’s para mitigar la mentira profesional.
Otros me pillaron allá poniendo música, y se santiguaban viendo al pobre Néstor que ejercía de puta mentirosa en el día y en la noche de puta bailable animando los ‘show’ de dos mujeres bañándose en la tarima especial de Porky’s, al ritmo lento y erótico de Enigma.
Buen cuento para terminar esta sesión y en la próxima dar salto a mi breve historia de putas en Medallo.
Dos gatubelas comenzaban bailando en sus trajes de cuero, botas y ligueros rojo y blancos para que las luces violeta las enmarcaran en halo con su efecto.
Luego yo mezclaba Enigma y encendía las luces de la bañera.
La música lisa y ligera con sus quejidos sexuales. Y ellas se mojaban y jugaban sus manos y cuerpos atrapadas entre regadera y bañera.
Se torcían, se besaban, iban dejando la ropa húmeda y abrían las palmas en las palmas, y en los senos espuma, y labios en las pieles.
Hasta que el discómano usaba el dimer de la luz liberando la tiniebla, vapor de agua y deseo hirviente, y Enigma se difuminaba en un silencio que de inmediato era roto por aplausos, comentarios indecentes de las mesas y esta despedida.
NC
Bogotá, 1989
Nueva York, 2008
2 comments:
Perversos... Debieran ir a la iglesia y leer la biblia en vez de estar escribiendo semejantes barbaridades... Uich!
El texto esta delicioso y la las fotos de la nena estan divinas.
asi con esa mujer, que el diablo me lleve!
El Mago
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