La silla roja es una muestra de amor.
Fue descubierta hace casi seis años en una calle de Manhattan. Era uno de esos desechos que deja la ciudad, como lo hace con televisores, bicicletas, computadoras y todo tipo de muebles.
Es un axioma que le cuentan a quienes acaban de migrar aquello de “no te preocupes, con lo que encontrarás en la calle vas a amoblar tu primer apartamento”. Mi primer televisor fue de la calle. Mi primer escritorio también iba a la basura. La primera bicicleta de mi hijo en este país se nos apareció como un fantasma justo frente a la puerta del sótano en que vivíamos en ese entonces.
Simplemente estaba ahí. Como la silla roja.
Laura Inés Mejía la encontró. Ella caminaba por la calle 25 y Madison Avenue, y cuando la vio no dudó en adoptarla.
No dudó, ni siquiera a sabiendas de que el camino a casa le tomaría bajar las escaleras del tren subterráneo; y luego cambiar del tren 6 al tren 7; y entonces lanzarse a rodar la silla por unas diez calles hasta la casa.
“Me acuerdo que estaba sentada en la silla, en plena estación, esperando a que llegara el tren e imaginando la cara que pondrías tú”, recuerda ella.
Ella sabía que las más de mis horas las pasaba escribiendo frente a una computadora. Ella me había conocido un par de años antes, en Medellín, escribiendo horas frente a una máquina de escribir Olivetti azul que le robé a mi papá desde que tenía como 9 años.
Así que la silla roja sería tremendo regalo.
Le habrá tomado más de una hora el trayecto entre Manhattan y Queens, donde quedaba la Baticueva, como llamábamos aquel sótano que ella pintó de color naranja, y que fue nuestra primera vivienda independiente.
Laura Mejía fue mi compañera en Nueva York en los primeros años de haber migrado de Colombia.
Me enseñó qué es el amor. Ella es una convencida de que esa es la causa final.
Mucho tuve que aprender y reprobar en su escuela.
Fui canalla, ladrón y todo, menos amor.
Pero fue gracias a ella que mi camino cambió. Ella fue quien me indujo a comprar mi primera cámara fotográfica, una Nikon N60, y fue ella quien me exhortó a no ceder en las jornadas que pasé aprendiendo entre libros de biblioteca y tardes disparando el obturador a diestra y siniestra.
Ella fue mi primera modelo y fue la que me consiguió el primer trabajo de fotografía para un web site de prendas de vestir libidinosas que cosía una argentina a quien yo llamaba Mamá Helena.
Laura Mejía rodó la silla roja por las calles de Queens arqueando la espalda y la sonrisa imaginando la sorpresa que me llevaba.
A estas alturas somos buenos amigos. Ya ha pasado un montón de historia y hoy somos silenciosos panas que se permiten alguna coincidencia en espacio y distancia para volver a reírnos de aquel entonces.
Así que la silla roja no es la única sobreviviente de aquella historia.
Hoy, maduros, fuertes y buenos discípulos del amor, hablamos de despedir a la silla roja.
Y aquí está. Aquí estoy yo sentado en esta silla roja que ha perdido la destreza, despidiéndola agradecido.
Le agradezco al amor de Laura Mejía y a su inmensa escuela. Justo el pasado 12 de abril Laura cumplía años y le conté de la partida de la silla roja.
Se alegró, me deseó suerte y mucho amor. Me volvió a decir que yo era rojo, muy a pesar de que la silla roja ahora se vaya.
Esta bien podría ser una forma de regalo de cumpleaños. Un manifiesto sobre la persistencia del amor. Un recuerdo sólido y limpio. Una exorcización por encima del tiempo y el espacio. Con papel de regalo rojo e irrompible.
Néstor Cristancho
Las fotos son de Fernando Hidalgo, a quien desde aquí saludamos, le estrechamos la mano y le rendimos tributo por ser un amigo maestro.
2 comments:
Siempre grafica...Mis palabras son dibujos, ideas, creaciones. Mis gracias para con vos son colores donde el rojo es el protagonista.
Gracias... muchas gracias mi niño rojo. El sentimiento es inmenso y mutuo.
Te felicito que gran inspiracion, me ha llevado en una de tus historias en la gran manzana y me senti parte de esa historia FELICITACIONES por ese articulo...
Eddy Banoy
Post a Comment