Antes de ser arrollado por tan apresurado automóvil, la máxima consideración de aquel buen hombre era salir todos los días de su casa, cumplir con su trabajo y regresar a pasar una noche calma al lado de su esposa.
No tendría más de 60. En todo caso se rumora en su oficina que estaba en lo de la pensión, haciendo trámites aquí y allá.
La noticia
-¡Pero cómo quedó!
-¡Pobre hombre!
-Tan callado que era.
-Era un buen hombre.
-Sin duda era un buen hombre.
Al parecer la policía se conformó con los datos iniciales que
Después de una tarde de deliberaciones, el encargo fue asignado al contador, a quien se le preciaba por su sosiego y buen juicio.
Se buscó la información de residencia, contacto en caso de emergencia, nombre de la esposa y demás. El contador se mostró extrañado de que no hubiese documentación más actualizada
Ni dirección ni teléfono ni nada coincidía. Algunos vecinos dijeron que probablemente se trataba de la casa
-¡Válgame! ¿Es que en esta oficina no funciona el orden ni la administración? –vociferó mil veces el contador al volver sin la misión cumplida.
A pesar de los esfuerzos policiales, tampoco se dio con dirección o teléfono.
-No queda más remedio que aguardar a la penosa llamada de la esposa, o peor aún, a que nos visite en persona para averiguar qué pasa con su marido. –Sentenció el contador.
Meses después, y debido a que no apareció quién reclamara al buen hombre se debió proceder a una inhumación en la que los asombrados compañeros de trabajo no pararon de rumorar y verter todo tipo de conjeturas.
Años después, el contador firmó su propio cheque de retiro y en una reunión con los viejos amigos que quedaban de la época
-Solo supimos que era un buen hombre aquel contador. –Dijo un veterano que reaccionó casi tirando la silla cuando aquella otra copa calló al piso.
NC
Bronx, noviembre 2009
Texto y foto NC
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