Ardua Maleza creció de inmediato para lanzar sus brazos al sol y alimentarse.
La semilla de pino apenas si pudo asomarse a la luz, a la energía del Fuego Soberano.
Vendría invierno, tormentas, huracanes, y la semilla gracias a la corteza de su vaina se pudo proteger, mientras la cizaña había sido barrida.
Los hielos se derritieron en vital agua que despertó a la semilla. Esta vez lo vio de frente. Sintió su calor y conoció la felicidad.
Cuando se dió cuenta había brotado en erección al sol.
Los vientos trajeron nuevas semillas a la Montaña Blanca.
Nueva maleza gobernó. Y el pino apenas si alcanzaba a saludar a su Sol.
Pasaron muchos tiempos. “El pino filosofó”, diría el hombre blanco. Aprendió a racionalizar.
Racionó su energía y alimento. Y aquella corteza de la semilla también creció gracias a la ausencia de prisa.
El hombre blanco la llama Paciencia.
Esa corteza de la semilla crecía fuerte para proteger aquel tallo.
El hombre blanco los llamó Adán y Eva.
Y a la experiencia y al aprendizaje los llamó pasado.
El Pino aprendió a vivir en el invierno más recio. La cita periódica con el fuego le dió fortaleza.
Llaman a eso religión.
El pino creció y se hizo fuerte. Esparció sus semillas y su conocimiento con el viento y todos los seres que amaban habitarlo.
El pino sigue ahí, en la Montaña Blanca.
NC
NYC, 27 de abril 2020
No comments:
Post a Comment