La aventura del Pino

Cuentan que en en la Montaña Blanca de California, una semilla de pino cayó entre la maleza. 
Ardua Maleza creció de inmediato para lanzar sus brazos al sol y alimentarse.
La semilla de pino apenas si pudo asomarse a la luz, a la energía del Fuego Soberano. 


Vendría invierno, tormentas, huracanes, y la semilla gracias a la corteza de su vaina se pudo proteger, mientras la cizaña había sido barrida.


Los hielos se derritieron en vital agua que despertó a la semilla. Esta vez lo vio de frente. Sintió su calor y conoció la felicidad.


Cuando se dió cuenta había brotado en erección al sol.


Los vientos trajeron nuevas semillas a la Montaña Blanca. 


Nueva maleza gobernó. Y el pino apenas si alcanzaba a saludar a su Sol.


Pasaron muchos tiempos.  “El pino filosofó”, diría el hombre blanco. Aprendió a racionalizar. 


Racionó su energía y alimento. Y aquella corteza de la semilla también creció gracias a la ausencia de prisa.


El hombre blanco la llama Paciencia.


Esa corteza de la semilla crecía fuerte para proteger aquel tallo.


El hombre blanco los llamó Adán y Eva.


Y a la experiencia y al aprendizaje los llamó pasado. 


El Pino aprendió a vivir en el invierno más recio. La cita periódica con el fuego le dió fortaleza.


Llaman a eso religión.


El pino creció y se hizo fuerte. Esparció sus semillas y su conocimiento con el viento y todos los seres que amaban habitarlo. 


El pino sigue ahí, en la Montaña Blanca.


NC
NYC, 27 de abril 2020

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