Desde el aula de clase siempre he notado
una desconexión entre el que se supone que educa y el educando. Y el efecto va tomando la misma fuerza con
mayores proporciones a medida que se pasa del aula a la institución educativa,
a las autoridades escolares y al estado.
La misma sensación de desconexión me
queda después de leer un libro enorme e interesante que me regaló el 2017: ‘25
años de batuta / El Inicio de una revolución musical’. Se trata de un libro que
cuenta la historia de Batuta (Programa Nacional de Orquestas
Infantiles y Juveniles), creado hace 25 años por Ana Milena Muñoz, entonces
primera dama colombiana.
El objetivo es llegar a niños
y jóvenes de comunidades marginales con un programa integral que les permita
encontrar una alternativa a sus precarias condiciones de vida. Y la propuesta
es llevarle a esa juventud música e instrumentos a los que de otra manera no
tendrían acceso.
Entonces los cronistas de este libro van
refiriendo historias de marginamiento y sobrevivencia que hablan del país que
olvidó regiones y gente, a no ser por fuerzas armadas legales e ilegales que se
lo han disputado sembrando terror y zozobra. Pobreza, niños desamparados y aburridos del
desafecto y el abuso son las historias que nos narra ’25 Años de batuta’. Pero
también cuenta de la esperanza y de las posibilidades que les ha abierto Batuta
a jóvenes que le apostaron al proyecto y lo aprovecharon, con esfuerzo y
disciplina.
Pero esfuerzo y disciplina no florecen
abundantes entre piedras, cizaña, vientos y climas extremos. Por eso en varias de las crónicas se les nota
a los redactores y a los profesores de música la impotencia porque los niños
presten atención o hagan caso. La desidia clásica del salón de clase, no
importa que les hayan dotado con el salón supersónico. Y con la desidia, no falta el niño que raye
el atril y el profesor que se echa un sermón para que los cuiden, como lo
escribe Sinar Alvarado en el libro. Y así, surge otra típica del aula
tradicional: la desmotivación producto del “profe latoso”.
Y la razón es que a quién se le ocurre empezar
por enseñarle a una juventud colombiana en marginamiento música clásica,
europea, de hace más de cien años, de autores como Stravinski, y temas como ‘El
paseo pizzicato’. Y los niños clamando
por un reguetón a la maestra en la furgoneta que los desplaza al
desplazamiento.
Aquí viene la discusión de los eruditos
de que se trata precisamente de sacar a los niños del contexto del reguetón y
esa influencia sociocultural que los ahoga más en el marginamiento. El adulto siempre ha deslegitimado y
menospreciado el gusto del joven, y por eso ha perdido la conexión básica, la
comunicación básica, que es atención e interés.
En el aula de clase se han encontrado resultados múltiples poniendo a
los niños a aprender de sociales, historia, español o inglés usando el ritmo de
su amado reguetón, el rap o el hip hop.
No se trata de que no aprendan de Bach y de
sus amigos europeos, que a pesar de que no tienen nada qué ver con nosotros ni
en lugar ni en tiempo, aportan a quien quiera tomarse en serio la técnica
musical para transformarla en proyecto de vida.
Pero no los espanten con el Apollo
Suite. No conozco más allá Batuta, y
solo se propone este texto como aporte.
Tampoco sé mayor cosa de las corcheas y las blancas, pero recordemos
cómo el maestro Gabo alertaba sobre la inutilidad demostrada en aprender a
escribir motivados por el conocimiento pleno del sujeto y su predicado.
Hay que reconocer que en el libro hay
varios ejemplos de profesores que en Batuta usan la música popular, y le cantan
al Chontaduro, o “cocoroyó, cantaba el gallo”. Pero con todo y ello no se
acercan a la música de los jóvenes de hoy.
Las fotografías no acompañan a los
textos, sino que parecen montadas y fuera de contexto, como la historia que
exalta a un joven violinista que nunca se ve, o un relato de Barranquilla con
fotos cuyo crédito dice Cúcuta y no reflejan el mundo al que el cronista nos
llevó. Tampoco se explicó cómo acceder a
Batuta, su funcionamiento, requisitos.
Información técnica: Libro de 396 páginas
contadas, tamaño casi cuadrado de 24 centímetros, que ayuda mucho a destacar
las fotografías que acompañan 21 crónicas y un par de columnas intrascendentes
de la ministra de cultura y de la directora de Batuta.
Información oficial: El programa Batuta ha llegado a 350.000
jóvenes y niños en sus 25 años; en este momento habría 45.000 participantes; el
programa es dirigido a niños y jóvenes de 2 a 16 años que deben inscribirse y
hacer una audición. Hay cuatro gerencias regionales, y se han desarrollado subproyectos
como ‘Música para la reconciliación’, ‘Música hoy, bienestar mañana’ y ‘Voces
de la esperanza’, entre otros.
NC
Bogotá, 11 de enero 2017
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