Su rostro lucía austero, como el de aquellos hombres severos cuyos patrones de vida son inexorables. Ella parecía triste. A sus tal vez cincuenta, las bolsas debajo de los ojos, el mapa de la vida dibujado inclemente en el cuello y la forma oblicua de los labios, la delataban.
El tren se detuvo en alguna estación de plataforma al sol, y él la vio a ella transformando su rostro en nobleza. Ella lo recibió con un brillo de ojos que no se notaba a la primera, segunda o varias vistas. Sonrió leve y las mejillas se extendieron, desaparecieron los años, el continente marchito y, sobre todo, la tristeza.
La tomó de la mano como un caballero de cuento infantíl, invitándola a levantarse con reverencia, la chaqueta de cuero negro raído se dejaba soplar por el viento que se colaba por las puertas de salida que anunciaban eso, la salida.
Se la llevo del brazo y desaparecieron cuando el tren reinició su marcha.
NC, Bronx Septiembre, 2009
Rescatado de NY Textos 2002
PLATAFORMA AL SOL
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