Israel y Palestina in love
Se trataba de una boda palestina en New Jersey.
El videógrafo, Leonard, nacido en Israel hace 24 años, llegó sin saber mucho del tema porque era una asignación que le había hecho la agencia para la que trabaja.
Leonard saludó a los padres de la novia, una pareja muy apuesta, él bien conservado y con una sonrisa permanente. Ella como si estuviera en sus veinte, hermosa, dichosa de su esposo y de sus cuatro hijos; la mayor, Laly, se casaba.
La casa de Laly y su familia está llena de pinturas. Las paredes tienen grabados que asemejan las calles del pueblo palestino, por lo menos las calles de sus sueños, con sus templos y viviendas intactas.
Las tres hijas son de una belleza deslumbrante; el varón, Hazam, es un mozo con el que todas las chicas querían bailar en la recepción de la boda. Los tres tienen su casa llena de pinturas de colores intensos, modernistas, futuristas y políticamente controversiales.
Cuando Leonard se presentó me pareció un joven gentil y por la gracia con que trataba a la familia pensé que era pariente o amigo cercano.
-No. Vengo contratado por una agencia. –Dijo.
Preguntó lo de siempre, “¿de dónde eres?” El dijo que era de Israel.
Respondí con admiración pensando que estaba allí consciente de que sus clientes eran palestinos.
Su cara se transformó. Parecía no entender…
“Palestina no existe”, dijo un tanto molesto. Por ahí comenzamos a hablar. Reconoció que la música que estaban tocando era bastante parecida a la que les gustaba a los judíos, pero insistió que Palestina no existe, “existe Gaza”, dijo con sonrisa irónica. Hicimos un ejercicio: Durante el resto de la noche olvidaríamos que había palestinos, pero más importante que él era judío y de Israel. Tres asuntos de por medio, país, religión y el odio que juntas han provocado.
Dividirnos entre países ha sido un error garrafal. Los regionalismos y los nacionalismos no son más que la estrategia maquiavélica aplicada en su máxima extensión: divide y vencerás. Cuando tienes en la cabeza un país o una cultura te ciegas. Crees que eres el mejor. Que las cosas que vienen de tu país son las mejores. Es una especie de orgullo ciego que nos lleva a cantar en coro himnos absurdos.
El asunto nacionalista y cultural ha corrompido tanto a la mente que hay un gran trastorno del ser religioso. Declararse judío, musulmán o católico no es más que meterse en política. La religión, la religiosidad es el camino consciente del ser humano hacia la armonía. Es establecer un balance a través de respeto con el universo, con la gran esencia, con Dios, atreviéndome a usar esa delicada palabra con la que han comenzado tantas guerras.
Leonard se me acercó un momento y me dijo: “¿Escuchas eso? Es El Habibi. ¡Esa canción me encanta!”
Más tarde, cenando, hablamos de los ritos. De cómo en la tradición judía hay tres clases, dependiendo de si se es más liberal u ortodoxo. Esa noche Leonard vio a sus hermanos palestinos subir en hombros las sillas con los recién casados, como lo hacen los judíos. Esa noche Leonard vio a sus hermanos palestinos tomarse de brazos y bailar en un círculo constante de frenesí, haciendo un paso que va de atrás hacia delante y remata con un fuerte salto al piso y un “¡jum!”, tal como lo hacen los judíos.
Después dijo que había muchas mujeres hermosas.
Más entrada la noche, aquel joven judío, vino a mí frenético y me dijo de sus pares palestinos: “Esta gente es increíble, es hermosa”.
NC Bronx, 31 de agosto de 2009
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