En una noche de eclipse de luna, cuando todo el mundo bajaba a ver el acontecimiento, a la salida del edificio Crasqui, conocí a Claudia Márquez.
Vivíamos en la urbanización Las Islas, conocida en los bajos fondos como la Villa Panamericana, un complejo de edificios en Guarenas, estado Miranda, a media hora de Caracas (aunque cuando hay cola eso puede durar tres horas).
La Villa había sido construida como una sede hotelera para hospedar a los atletas que venían a los juegos panamericanos de 1983.
Cuenta mi papá, Jorge Rapolla, que la Villa había sido construida en pésimas condiciones por Luis Herera Campins que no le daba más de unos meses al complejo para que se viniera abajo. Que después la compró un banco, se la vendió a la gente y, ante las continuas protestas, se remodeló la cosa y se hizo habitable.
Por ahí leí que lo de ‘Guarenas’ viene de unos indios a los que nombraban así por vivir en tierras “de mucha hierba”, a la que llamaban gurena.
La Villa constaba de diez edificios en círculo, a los que se llegaba por la Avenida Intercomunal, escenario de accidentes vehiculares, peatonales y de revueltas sociales, ahí se prendió el Caracazo a Carlos Andrés Pérez.
El primer edificio era el de Salver; seguía el Domusqui, el Alcatraz, Carenero, Cayo Pirata, Crasqui, Chimada, el Esparqui y el Goaigooza.
Vale decir que los edificios habían sido bautizados con nombres de varias islas del Caribe, me imagino que porque participaron de los Panamericanos. Cada uno tenía como unos diecisiete pisos, pintados con unas rayas emblemáticas que para los que desconocen la historia son horribles, incluso para mí eran horribles, hasta que aprendí a apreciarlas porque fueron diseñadas por un pintor y escultor venezolano muy conocido, Carlos Cruz Diez, entonces hasta artística es la puta Villa.
Claudia y yo vivíamos en el edifico Crasqui. William en el Goaigooza.
William es un vendedor desde chiquito. La primera vez que tuve contacto cercano con él fue porque alguien le dijo que fuera a mi casa. Se apareció allá, con su pelito curly, larguito rubiesón, referido por un amigo común, y sacó un montón de vestidos de baño para venderme.
Él tenía como 14 ó 15 años, yo tenía 13.
Siempre lo recuerdo vendiendo algo. Vendió de todo: Ropa, perfumes, zapatos, hasta unas acciones de terrenos para cultivar sábila. La vaina más rebuscada del mundo… Ni él mismo entendía ese negocio, pero bueno, ahí él se aventó. El cuenta que vendió solo una acción, y eso porque se la metió a una prima.
Casi veinte años después seguimos siendo amigos.
La amistad es una cúspide con la que se rompe tiempo y espacio. Esta Cabala es una prueba…
Texto y fotos: Samantha Rapolla y Néstor Cristancho
2 comments:
A Claudia y William...gracias por estar alli siempre...
Pasan los anhos y las raices se profundizan y se hacen mas fuertes...
y la experiencia de la amistad, cada vez mas intensa!
Salud!
Siempre me he creido afortunada por tener amigos como los que tengo, y lo soy. Es una fortuna porder decir que cuento con una amistad a prueba de fuego, y cuento con mas de una. A mis amigos los llevo conmigo siempre no importa cuan lejos esten, a ellos un abrazo eterno desde este espacio. Y a ti Samy mi amor siempre. Gracias a ti por ser quien eres y tener la osadia de dejarme ser parte de tu vida.
Claudia.
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