La fiesta familiar estaba invadida de niños y, después, ya veríamos, de colibríes.
Adultos también había, al fin y al cabo ellos propusieron el convite de finca y río. Pero los adultos fueron aburriendo a los párvulos que no soportaban la amargada, rutinaria y cuadriculada adultez.
Una adulta más bien aniñada -de esos seres raros que por fortuna quedan- tomó la palabra entre la audiencia de pequeños: ¿Quién quiere ir a ver Colibrís? -Preguntó.
Se Llama Bioleta, con ‘B’ larga. Porque es Vida a pesar de que le han aplastado la cabeza y el corazón sin misericordia, porque es Biología y porque es dos veces Ser, y las que le toque ser. Ya no hay miedo. Y dolor, a ése ya se acostumbró.
Bioleta no sabía de cierto si vería algún colibrí, suponía por la zona montañosa y por la quebrada, y porque había visto muchas flores, que habría felices chupaflores. Flores que salían entre la cizaña, las piedras, el barro y la boñiga. De donde surgen las flores más vivas, esa era su única guía.
Y así se fue a guiar a los niños por la rivera a pesar de que los otros adultos se agarraban la cabeza acusándole siempre de loca. Y Bioleta insistió:
-A ver niños, ¿quieren ver los colibrís?
-Siiiiiiiiiiiiiii -Fue el coro de pequeñas voces.
-Pero para que aparezcan los colibríes tenemos que llamarlos. Bien fuerte. ¡Vamos a llamarlos!
Al principio un poco incrédulos, pero siempre bienviniendo el juego, los chiquillos comenzaron a hacer el coro continuado:
-Colibrís!!!
-Colibrís!!!
-Colibrís!!!
Y sumaron esas muchas vocecillas mientras caminaban por las orillas de la quebrada.
Otro coro muy particular comenzó a responder en la distancia. Sonaban a Tik Tik Tiks. Muchos Tik Tik Tiks que cada colibrí hace con su pico… Y luego zumbidos y zumbidos de muchas alas cuyo fragor se escuchaba con más fuerza. En seguida los niños, asombrados, se vieron rodeados de decenas de colibríes.
NC
Vereda El Otoño, La Buitrera.
NOTA: Este que narro no es un cuento, es pura Vida Real.
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