David y Goliat

Escribo desde un taxi.


Quiero decir que ahora manejo un taxi.
Y en los ‘brakes’ me pongo a escribir.


Empecé hoy. Mi turno es de seis de la mañana a seis de la tarde.

Desde hace cuatro meses y dieciséis días no trabajaba. Por lo menos en el sentido formal de cumplir un horario y esas güevonadas. Lo bueno es que me queda tiempo para escribir, para ir a la casa y revisar el email y calentar el almuerzo.


En estos cuatro meses y punta he estado recibiendo el seguro de desempleo que paga el estado, así que han sido como unas vacaciones pagas. Y además lo he combinado con uno que otro laburo de fotógrafo que me ha salido.


De hecho, en este tiempo pude cumplir con el sueño de manejar sin rumbo por Estados Unidos. Estuvimos en New Hope, en Filadelfia, en Washington D.C., cruzamos Smoky Mountains y acampamos en Cherokee, una reservación india.


No se puede decir que estuve varado, rascándome las pelotas, y viendo la tele. Bueno, también.

Al principio me volqué en el cigarrillo, en la marihuana y en el porno.

Tras unas semanas, de pronto, en una tarde en que la hierba me hacía torpe, mi interior dijo: “Para ya”.


Primero me pare del sillón en que estaba echado. Luego me eché un baño. Paré el porno. Tiré toda esa mierda a la basura. Me di cuenta de que estaba intoxicado, y tan adicto a eso como al cigarrillo y a la hierba.

Luego paré la hierba. Luego paré el cigarrillo.


Se puede decir que desperté. Quiero decir como cuando esta mañana sonó el despertador a las cinco de la madrugada, estaba oscuro y el grado de somnolencia era tal que necesite unos minutos para reaccionar.

Cuando me di cuenta de mi cuerpo empecé a desintoxicarme. A correr. A hacer yoga, a meditar. A observar.


Pero como en el sopor de las cinco de la mañana, a las cinco de la mañana de mi vida estaba medio sonso. Vi, sí, que estaba muy poseído por la mente. Por los pensamientos. Por el gran hijo de la mente, el ego.

Y como había leido a Eckhart Tolle, meditaba para bloquear pensamientos. No había captado el mensaje, no se puede frenar un pensamiento sin antes liberarlo. Tarea, o tareas, que apenas empecé a hacer.


Pese a la confusión, sin duda el método dio algún resultado contra adicciones simples, y para redescubrir mi cuerpo como un templo que merece respeto. Sin vanidades chimbas, templo en un sentido de sumo agradecimiento.

Parte de este reloj despertador está compuesto de un par de años en que empecé a prestar un poco más de atención a lo que me rodeaba. Escuché a Samantha, leí cosas que jamás antes hubiera leído, y hasta me fajo en amor en la cocina.


Y me di un chance en aquello de la espiritualidad. La espiritualidad en términos de observarse y entender la maestría de la armonía y sus elementos, de los cuales usted y yo integramos una minúscula parte. En fin. Toda esa carreta.


Pero como mi gran bestia, mi gran mente, es tan fuerte, tan bien criadita y cultivada en estos 39 años (tanta importancia personal, tantos libros leídos, tanta mierda importante escrita); hasta en el camino de mi mismo me desvié, me cegué.


Me había sumergido en todo esto desde una visión intelectual.


Dos acontecimientos pasaron en este camino. Primero me fui a un viaje al Perú donde todavía no he alcanzado a captar la dimensión de lo que me pasó. De pensarlo lloro transcribiendo esto del papel a este blog.


Y luego ocurrió un retiro al que un ser magnífico llamado Alberto llamó David y Goliat.


Me llaman por la radio.


Radio: “31, ¿me copia?”


Soy el 31, y ahora voy rumbo a la 436 de Ámsterdam.

NC

New Jersey, 19 de noviembre de 2008

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